

Nora ha tenido tres amores a lo largo de sus treinta y tres años de vida y caos. Está a punto de casarse, pero su mundo se tambalea cuando su padre fallece. La rutina de Nora la está llevando a un extraño abismo en el que Ismael, su ex amante, tendrá un papel decisivo. Hay, pese a todo, un pero importante: Ismael está ingresado en una institución psiquiátrica y, como indican sus excentricidades y verborrea, no parece demasiado preparado para afrontar la custodia y cuidado del niño de Nora. Estas son las piezas más importantes de un puzzle alambicado, de resumen imposible, que el espectador recibirá entre lágrimas y risas. Siempre vivaz e imprevisible, Depleschin nos lleva hasta su guarida y no nos da tiempo para pensar y digerir la historia (tampoco para cuestionarla o sopesar sus posibles fallos). Reyes y reina es un disfrute de dos horas y media, una duración que, por increible que parezca, sabe a poco. Desplechin es un mago porque hipnotiza; también es un funambulista que juega con los géneros cinematográficos y que utiliza a sus personajes (mención especial para Mathieu Amalric) como bufones, como símbolos de un mundo complejo y tarado. Un milagro en equilibrio.

El visionado de Reyes y reina, otra vez por culpa de la industria, irá irremediablemente unido al de Un cuento de navidad, la enésima pieza (igual de colosal) de Depleschin. Al unirlas, Depleschin se impone como un analista de las relaciones familiares, un seguidor de la psicología (con sus doctores y pacientes) y un morboso que fabula sobre la muerte y sus consecuencias. Tantos matices merecen dos, tres, infinitos visionados. Adquieran el dvd sin dudarlo: será el dinero mejor invertido en años. Un autor y una película para la historia.