sábado, 24 de octubre de 2009

GROTESQUE 7 / 10

La portada de Grotesque, film censurado en Gran Bretaña, asegura que Hostel y Saw no son nada a comparación de los setenta minutos que ofrece la ¿película? de Kôji Shiraishi. Aunque cueste creerlo, es totalmente cierto. Grotesque es la película más asquerosa de la década y destrona a Antichrist como el film más impactante del año. Es el primer ejemplo de porno gore que este analista ha tenido el ¿placer? de ver. Llámenme sádico, pero me lo he pasado bastante bien. Fiel a su título, la cinta es grotesca, surrealista, con unos efectos especiales de parque temático y una historia que no admite rodeos ni explicaciones. La carnicería de Grotesque contempla castraciones, amputaciones, violaciones, masturbaciones y martilllazos a cascoporro. Tras la casquería, el espectador saldrá escaldado, pero con una sonrisa considerable. Una película que no se toma en serio a sí misma y que resuelve su trama con una cabeza decapitada que muerde al tarado sexual protagonista merece una posición de honor en el olimpo del mal gusto, en los anales de la antihistoria cinematográfica. A ratos parece una onírica versión de La matanza de Texas, otras veces se viste de porno malsano y al final se convierte en un producto de serie z consciente y contento de serlo. No hay medias tintas, tampoco se admiten estómagos sensibles ni discursos demasiado cinéfilos. Grotesque es una película rodada entre amigos, una cinta morbosa (para más inri, su actriz es la porno star más célebre de Japón), sin ética ni técnica. Todo un circo a base de espesa salsa de tomate. Repele y abre el apetito.




Una pareja está a punto de culminar su primera cita cuando un tarado les ataca. El señor en cuestión, amante de la música clásica y aficionado a cortar extremidades, somete a sus presas a un juego malsano: si quieren sobrevivir, deben excitarle sexualmente. La película, gráfica y afortunadamente corta, nos regala un asesino para el recuerdo, un loco impotente, inactivo, alienado, carente de amor y sediento de sexo. Grotesque acaba siendo el retrato rojo y negro de un triángulo inusual. El espectador que aguante hasta el final no podrá evitar sentir empatía por un tipo tan vacío y extremo. De la misma forma, el director se regodea en las escenas sexuales, exitando a la audiencia, emparentándola con el malo y jugando a provocar nuestro asco, llanto y risa. Grotesque nos deja exhaustos, con el cuerpo medio dormido; logra, por lo tanto, su propósito, y ofrece al fanático más desquiciado una ración doble de mal rollo. Antes de que hablen de ella, aconsejo su visionado. Otorgarle un 7 es todo un acto de valentía. Una insensatez, si quieren. Si les gusta, asústense y visiten su psicólogo más cercano. Yo no tardaré en hacerlo...