

François Ozon, que aquí reivindica a cada plano ser el Pedro Almodóvar francés, arranca su criatura de forma irónica. El humor negro que planeará por la mansión protagonista queda resumido en sus títulos de crédito: ocho flores en representación de las ocho únicas protagonistas de la obra. La apuesta es súmamente kich y el espectador entiende que lo que va a ver es tan bello y a la vez tan falso como las flores del inicio. Las rosas acaban teniendo espinas y, al cortar su tayo, nos topamos directamente con un vodevil que nunca se desenreda. El amor de Almodóvar por las mujeres (solo Ozon es capaz de exponer la homosexualidad femenina de una forma tan festiva), el diseño de una escenografía y trama al más puro estilo Agatha Cristie y una muy francesa combinación de drama, thriller y comedia de locos redondean el conjunto. El espectador, ante tanto histrionismo, no tiene tiempo ni para respirar. Al acabar la obra (todo sea dicho: con uno de los finales más impactantes de la década, fiel a las trampas y virtudes del relato), los ocho bufones, cada uno con la ropa que los caracteriza (aquí no hay seres, sino sombras, matices, intuiciones: todas, a su manera, representan a una única fémina, el monstruo que ha acabado con la vida del señor de la casa), se presentan en fila ante el espectador. Los personajes, que manipulan a sus compañeras y a la propia audiencia, se despiden de una forma tan teatral como teatrera, tal y como son y serán sus vida.

8 mujeres plantea otra posibilidad de análisis: la relación del autor con sus musas. Ozon retrata a sus actrices con un respeto increible. Ozon, director y cinéfilo, no puede evitar esconder su admiración hacia los seres que retrata, consciente, en el caso de Deneuve, Huppert (la mejor con creces) o Ardant, de estar ante auténticos mitos del séptimo arte. Las imágenes de Ozon parecen las de un fan obsesionado, las estampas de un lunático que orquestra un pequeño juego para ver a sus actrices en acción. Poco importa el qué si, al final, el voyeur podrá disfrutar de sus damas. Hay en el propio concepto de 8 mujeres una tensión erótica no resuelta, y, con ella, la cinta se reivindica como una película gay, la consumación de un deseo malsano, el morbo de ver el glamour de unos cuerpos en continuo contoneo. Este apunte precisa un matiz: Ozon no desnuda a la fémina, pero sí la observa desde todos los ángulos; Ozon se acerca a la mujer con mimo, con admiración, como símbolos de una condición sexual que aplaude a la mujer sin sentir por ella una motivación sexual. Ozon encierra a sus actrices para salir del armario cinematográfico, sin ridiculeces ni plumas fáciles, con un guión ingenioso. Tal y como hacía el Almodóvar de hace unos años...

En resumen, estamos ante una propuesta original, fresca, capaz de dividir a la audiencia. Tendrá muchos admiradores y otros tantos desertores, algo que corrobora la personalidad de Ozon y el acierto del invento. Junto a El sabor de la sandía, el musical (las ocho canciones son de amor y de desamor, calman la trama y describen a cada personaje) más extremo de la década.
