Un Honoré aumentado pero no corregido. Es más: Les bien-aimés es todavía más exagerada. Amanerada en su tramo inicial, surrealista en su segunda mitad. De nuevo con personajes cantando y bailando al sol de Honoré y a capricho de las cuitas amorosas que el director dispone, como siempre, al borde del abismo, entre el orgasmo sublime y el chiste rosa. Una película que discurre sobre zapatos de tacón, con poca estabilidad y fingida seguridad en sus pasos. Por enésima vez da la sensación de que Honoré parte de una idea (la herencia genética, o cómo los hijos reproducen los errores y toman para sí las confusiones de sus ancestros) mientras que el desarrollo de esa idea queda a la libre intuición del momento, a la espontaneidad de lo rodado sin previsión, a la inspiración de última hora, o bien respondiendo al desorden tan estudiado que acaba por devenir falso, engolado, fingido. Algo que tiene sentido si pensamos que Honoré no habla de sentimientos sino de 'sus' sentimientos, no expone locuras de amor sino 'sus' locuras, y todo resulta tan 'suyo' que el resto de los mortales corremos el riesgo de quedar totalmente excluídos de su mundo, su imaginario, su forma de sentir y su forma de ver la vida a partir del cine. Honoré, casi con diez películas a sus espaldas, sufre el mismo problema que el Almodóvar de los 80: sus referencias son inauditas (el culebrón de sobremesa, el cine kitch y chillón en estética y en narrativa), se sitúa a conciencia fuera de lo académico pese a resultar rabiosamente personal, y para colmo cuenta con un imaginario y un grupo de actores propio que parece defender y entender o como mínimo sentirse a gusto con las formas de rodar y contar de Honoré. La diferencia es que Almodóvar mutaba y muta con cada película, y Les bien-aimés, que auguraba un nuevo Honoré, corrobora la repetición de un modelo, y de repetir a aburrir, de consolidar a caducar estrategias, solo hay un paso. Les bien-aimés, eso ante todo, disgustará a los que nunca conectaron con el cine de Honoré: hasta aquí nada inesperado y reproche cero. La desgracia es que el film es una colección de sinsentidos embalsamados difíciles de defender incluso para los que en su día nos dejamos llevar por la inventiva de Honoré. Así que como seguidor de Honoré me permito el lujo de quedarme con lo mejor y tirar lo peor de Les bien-aimés, porque la cinta dura 135 minutos y hay donde elegir. Me interesa la primera parte de época con una Sagnier renovando su título de mito erótico. Me confunde toda la historia de Mastroianni con su 'novio' gay 'americano-londinense'. Y directamente no entiendo qué pinta el personaje de Louis Garrel, actor fetiche que Honoré incluye sí o sí en sus películas incluso cuando la historia, aun yéndose por los cerros de Úbeda, no precisa más adorno barroco. Vaya, que hay algo que me expulsa y que me atrae a Les bien-aimés de una forma difícil de describir. Está muy lejos de ser una buena película. Y parece que Honoré por primera vez se comprometió a hacer una buena película. No lo ha logrado. Hay que confesarlo y decirlo sin miedo. Y aún así no me pienso perder sus nuevas aventuras. Una contradicción muy a tono con el Honoré multicolor e hiperbólico.
Nota: 5'5
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