sábado, 26 de septiembre de 2009

CUANDO EL CINÉFILO SE QUEDA SIN CINE (Y SIN CINES)


¿Ven esa pasarela? Es la misma que crucé para ver Tropic Thunder, Wanted, Los hombres que no amaban a las mujeres, Mentiras y gordas o Enemigos públicos. Puede que la lista se acabe porque el cine cierra. Las luces se apagarán y el centro comercial donde se incluye el complejo perderá la que fue su insignia desde hace catorce años. Los responsables del cine alegarán falta de espectadores o conflictos con la directiva del centro comercial. Han protagonizado múltiples portadas y centrarán otras tantas si la amenaza llega a cumplir. En todo caso, quien sale perdiendo es el cine. O mejor dicho los cinéfilos, que deberán desplazarse en autobús o coche para poder ver un film en pantalla grande. Tarragona, que hace unas décadas gozaba de numerosos, pequeños y vivos cines en su casco urbano, se quedará sin la magia del séptimo arte. La insignia reza 'Tarragona, ciudad de la cultura'. Permítanme que lo dude.


¿Qué hacer cuando el cinéfilo se queda sin cine (y sin cines)? No nos ponen las cosas fáciles. Los estudiantes tenemos, por lo menos, trabajo de lunes a jueves. Pero... ¡sorpresa!: los cines aplican sus descuentos entre semana, algo ilógico. Los adolescentes no van al cine porque les resulta caro. Pero cada uno tiene ordenador en su casa, casi siempre pagado por los papás. No hay duda que el joven optará por descargarse la película que quiera ver, relegando el cine a pequeñas grandes excepciones (casi siempre reuniones de amigos). La estrategia de construir multisalas lejos de las grandes ciudades y en polígonos industriales afecta a los más jóvenes, que no gozan ni de coche ni de tiempo. Luego hablan de la caída de espectadores, incluso de factores relacionados con la contaminación. ¡Menuda hipocresía! La realidad es que servidor, que ni puede ni quiere vivir sin cine, lo tendrá más difícil a partir de noviembre para ver películas (y lo que es peor: para actualizar el blog con críticas de actualidad). El cine que peligra, Lauren Tarragona, aúna seis salas y su rutina de proyecciones solo contempla películas comerciales (hay excepciones: allí se pudieron ver Milk o Déjame entrar). Para el cinéfilo exigente no es una pérdida notable, pero sí una derrota de la cultura y de la decencia. No solo perdemos un edificio, sino las historias que en su día contuvo y contiene. Una pena.