martes, 23 de octubre de 2012

ROSAS ROJAS: LA FEMINIDAD EN 'AMERICAN BEAUTY'

Una de las escenas más famosas del cine de los últimos años: Mena Suvari desnuda bañada en un fondo de pétalos.
Sin duda el fotograma más famoso de American Beauty es aquel en el que Angela Hayes (Mena Suvari) aparece en los sueños del aburrido Lester Burnham (Kevin Spacey) entre pétalos de rosa. A posteriori se utilizó en numerosas ocasiones ese motivo erótico en diferentes posados y publicaciones (demostrando la original y efectiva puesta en escena de la película), pero se obvió por completo el mundo que escondía ese momento onírico (o sea, no se tomó esa escena como la punta del iceberg de todas las reflexiones que invoca el film). En el siguiente escrito se intenta precisamente analizar el cosmos de American Beauty partiendo de la importancia tanto visual como retórica de la rosa, eterno símbolo que llena con efectos e intenciones muchos planos de la obra maestra de Sam Mendes.

La cena presidida por las flores de Carolyn: el orden del plano, la simetría de los personajes, la disposición impoluta de los objetos en la mesa, la luz ténue de las velas y la música de fondo son elementos de dirección artística que describen el salón como espacio propio de Carolyn y que al mismo tiempo definen al personaje.
Antes de entrar estrictamente en los entresijos de la película vale la pena hablar de la rosa como motivo de referencia a nivel artístico. A la rosa se le asocian valores y virtudes que han configurado la historia de la literatura y del cine, y que por lo tanto forman parte de nuestro modo de ver y de entender el mundo occidental. La rosa embellece espacios y al mismo tiempo es un espacio en sí mismo: remite a lo femenino por la sinuosidad de sus pétalos, el color rojo conecta con lo carnal (físico) y lo emocional (sentimiento), y las espinas parecen recordarnos el peligro y la traición escondida bajo la inocencia y la presunta fragilidad de su tallo. Puede tomarse la rosa como imagen del cuerpo de la mujer: de una perfección formal insuperable y al mismo tiempo con dobleces y peligros, capaz de hacer perder la cabeza a quienes lo observan o tocan. La rosa al fin y al cabo representa el amor en su estado más puro, incluso la pasión, mientras que la espina que pincha remite al dolor de amar típico de cierta visión romántica.

La naturaleza en su faceta más civilizada y el color rojo son algunos de los motores artísticos de la historia.
La rosa como elemento femenino está en American Beauty y sirve para describir a la mayoría de personajes, incluso para decorar el telón de fondo de muchas acciones y presagiar algunos giros de la trama. La primera escena, con un travelling aéreo mostrándonos el barrio residencial de los protagonistas compuesto por diferentes manzanas trazadas sobre calles ensombrecidas por las copas de árboles robustos, es una imagen elocuente: el mundo de los personajes está repleto de plantas 'muertas' dispuestas a modo de imagen ideal, de civilización, de estampa del control humano venciendo al libre discurrir de la naturaleza. Tras esta presentación, Carolyn Burnham (Annette Bening) es observada por su marido mientras esta riega, corta y cuida las rosas del jardín. Ello es significativo tanto de lo que sucede a continuación como del trazo de los personajes: mientras Carolyn se relaciona con el mundo de las apariencias y ejerce la función de mano ejecutora y dominadora a la hora de cortar y plantar sus flores, Lester queda dentro de la casa totalmente ajeno a ese espacio que su mujer viene construyendo desde hace años. Carolyn vive de cara a la galería y por eso sus dominios son los del jardín como símbolo de la falsa felicidad y perfección de la que es capaz de hacer gala a los demás. Por contra, Lester no sigue esas directrices: aunque la casa queda asociada a Carolyn por su oficio, Lester acaba convirtiéndose en el dueño y señor de todas las habitaciones con su cambio de actitud. La primera escena de American Beauty, pues, avecina la llegada de 'el nuevo Lester' (aunque paradójicamente sea él quien esté 'encerrado' en el salón de casa mientras espía por la ventana) y ya presenta a Carolyn como alguien que queda fuera y, por lo tanto, ajena, expulsada y sancionada desde la propiedad de Lester.

Una de las escenas que mejor reflejan las tensiones entre los dos mundos del film: una Carolyn airada en la entrada de una habitación ordenada, y un Lester despreocupado. De nuevo, las rosas rojas representan a la mujer y el cochecito rojo es propiedad de Lester.
La rosa también nos sirve de eje para hablar de dos naturalezas contrarias que colisionan en American Beauty: una ordenada y otra desordenada. De nuevo, el orden atañe a Carolyn y se manifiesta en forma de ramos y centros de mesa, el lado más frívolo y menos 'natural'. Carolyn llena su casa de flores, sobre todo la mesa del comedor: ese es el lugar donde Carolyn 'disfruta' de su cena a la vez que escucha su música favorita sin atender a las carencias y querencias tanto de su marido como de su hija. Allá donde hay un ramo de rosas la figura de Carolyn se despliega con todo su poder. Por eso, la otra naturaleza compete a Lester y es el espacio no físico donde el hombre no se siente 'aniquilado' o 'castrado' por la fuerza femenina. Lester imagina a la amiga de su hija entre pétalos abiertos, un espacio bucólico (y salvaje) que no deja lugar al raciocinio (sí al instinto masculino) que basa la mirada de Carolyn. Al fin y al cabo, ambas propuestas son las dos caras de una misma moneda: ella toma la rosa desde su vertiente más simplona (como motivo decorativo), mientras que Lester convierte la rosa en una evocación de la belleza a la que no puede acceder mediante la contemplación pasiva de las flores de su mujer (en este caso, la rosa actúa como símbolo de la juventud, de esa fogosidad latente pero solo saciada en el plano de la imaginación).

Las ensoñaciones de Lester.
Desde esa 'órbita' de 'orden' la rosa queda asociada a lo femenino. Carolyn comparte secretos sobre el cultivo de rosas con sus vecinos gays, y precisamente es la pareja de homosexuales la que se dirige a los nuevos vecinos con una cesta de mimbre con comida y flores de bienvenida. Ese mundo femenino encuentra un terreno hostil en la casa de los Fitts donde el marido (Chris Cooper) actúa como brazo ejecutor que controla a su hijo (Wes Bentley) y que directamente elimina la figura de la madre (Allison Janney). El orden, por lo tanto, de las dos estructuras familiares de la película es totalmente contraria: si Carolyn llena de rosas su casa como símbolo de un falso control e independencia, imagen de la mujer moderna que ha perdido el miedo a volar sola y que de hecho construye una nueva vida sin tener en cuenta a su pareja, su vecina directamente no habla, no cuenta, no controla, y como resultado no hay ninguna flor ni dentro ni fuera de la casa que dé constancia de esa vida femenina que está pero no existe, de la que queda su cuerpo pero no su esencia. Obviamente ese choque entre el mundo femenino y masculino adquiere otro significado cuando descubrimos que el señor Fitts es en verdad un homosexual reprimido: es aquí donde la ausencia de la rosa no es tanto una metáfora de la feminidad inexistente como una cristalización de la represión autoimpuesta, una forma de manifestar (o, si se quiere, de 'no' manifestar) esa sensibilidad escondida bajo llave. El jardín sin flores de los Fitts es, en definitiva, otro ejemplo de aquello que se quiere mostrar a los demás y que no tiene nada que ver con la realidad. De nuevo, dos partes de un mismo todo.

El color rojo salpica toda la película a modo de objetos, colchas, ropa, etc. En la película también predomina el azul en sus distintas tonalidades en representación de la frialdad, la oscuridad y la belleza del mensaje del film. Y frente a los espacios donde predomina el rojo, la asepsia del blanco (el sofá a rayas de Carolyn, el solar donde Lester fuma su primer porro, la habitación llena de vídeos del vecino, etc.) supone un choque constante entre el lado pasional y pasivo de los personajes.
Finalmente es interesante reparar en la importancia que el color rojo, justamente el pigmento de la rosa, tiene a lo largo de toda la película. Ricky, el joven camarero que en realidad vive del tráfico de marihuana, reconoce a Lester como 'la persona que vive en la casa de la puerta roja'. El rojo forma parte de la vida de Lester, y si es el propio Lester quien en calidad de narrador omnisciente nos está contando toda la historia puede asegurarse que los distintos objetos rojos que llenan la existencia de Lester son tanto un reflejo de sus deseos como una fúnebre premonición de su desenlace. En el lado positivo podría mencionarse los dos nuevos coches de Lester, un modelo de lujo y otro de juguete, no por casualidad ambos de color rojo. El garaje, el lugar donde Lester realiza ejercicio como motor del 'principio del fin' de su vida (para pasar a un estado de felicidad mayor), queda iluminado con una luz amarilla tan intensa que parece tener un tono más bien rojizo. Obviamente los labios sonrojados de Angela, el cuerpo idealizado por Lester, remiten al rojo. Y en el apartado de malos augurios figuran de nuevo las flores de la fiesta (donde Lester debe comportarse según el dictamen de Carolyn), las flores del salón (donde Lester descubre que Angela en verdad es virgen) y las manzanas, símbolo del pecado, de la mesa de la cocina (donde Lester acaba muerto tras un disparo que Mendes filma... con una pared manchada de rojo). Incluso el vestido que lleva Carolyn en la última escena es de color rojo, y el hecho de dirigirse hacia la puerta roja de su casa con el coche rojo aparcado en el exterior es una clara metáfora de lo que se encontrará dentro. Gracias a la textura rojiza de la sangre sabemos que el señor Fitts es quien ha matado a Lester porque Mendes suspende el relato al no ofrecernos 'la escena' de la muerte (vemos su camiseta llena de sangre), y la sangre tiene una presencia absoluta en un plano de belleza y riesgo notable: el momento en el que Ricky se agacha para ver la cara sonriente y sin vida de Lester mientras su cuerpo queda reflejado en el gran charco de sangre de la mesa. Eso después de que la pareja de enamorados caminase por las cercanías de un cementerio lleno de rosas.

El rojo como símbolo del deseo. Carolyn encuentra en el rojo el color que realza su imagen para seducir a su compañero de trabajo. Y el rojo da vigor a Lester (hace ejercicio con una camiseta roja, bebe un batido de color rojo, etc.) para despertar de su letargo.
Obviamente uno puede acercarse a American Beauty partiendo de otros elementos o puntos de vista, pero es interesante comprobar tras visionar varias veces el film que la película no solo se beneficia del espléndido guión de Allan Ball sino de una dirección artística aparentemente menor por situarse en un tiempo contemporáneo (resulta más fácil de valorar y a la postre de premiar en los Oscar y similares decorados y vestidos de época) con una semántica de lo más compleja. Podríamos entrar en otros detalles (en el ordenador de Lester parecen dibujarse unas líneas blancas que parecen los barrotes de una cárcel metafórica; el discurso sobre la belleza oculta sustentado sobre el famoso vídeo de la bolsa de plástico dando tumbos por efecto del viento; o hablando del personaje de la hija y cómo con su particular modo de vestir y de actuar se distancia premeditadamente de aquello que odia tanto de su madre como de su padre), pero eso sería materia para otros posts. Más datos si se quiere para ensalzar las virtudes de una de las sátiras más feroces y divertidas del 'american dream' y el 'american way of life'. Y, por supuesto, una lectura lo suficientemente compleja para determinar que detrás de esa icónica imagen de la actriz Mena Suvari bañada entre pétalos hay mucho más que un capricho estético que el tiempo ha elevado a la categoría de mito.

El elenco de American Beauty recogiendo el Screen Actors Guild Award al mejor reparto.

1 comentario:

Daniel Bermeo dijo...

¡Fabulosa entrada!
Me encanta el diagnóstico minucioso que le has realizado a una de las obras maestras de los últimos tiempos en torno a la rosa que está presente en la película como símbolo inclaudicable de belleza, femenidad y elegancia. Es verdad, las cosas que suceden en American Beauty, el orden de las cosas, los decorados y la puesta en escena no son fruto simplemente del azar o una construcción fortuita sino de un acomodado y cuidadoso estudio de la atmósfera necesaria para dirigir las acciones y el rumbo del film, donde nada es casualidad.
Destacas la excelente direccuón artística, y también exalzo su exquisita fotografía donde queda aun más definida esa caracteristica a la que has hecho alusión en el post, la fuerza del rojo en una inmensidad de planos.
Las rosas no son casualidad en American Beauty, seguro que no :)