viernes, 18 de diciembre de 2009

Crítica de EL BAILE DE LA VICTORIA

... y al final no era tan mala. Apropiándose la sabida retahíla que éste es el año de las obras maestras imperfectas, Fernando Trueba vuelve a la cartelera con un film complejo, un barco que batalla con múltiples géneros, sufre distintos naufragios, resiste interminables mareas y, al final, sale victorioso de la mezcla. El baile de la victoria adolece de muchos males y precisa de espectadores pacientes, capaces de ceder ante una historia que, a ratos, no tiene credibilidad ni consistencia alguna. Rizando la metáfora, podría decirse que, como el baile de la muda bailarina del título, hay momentos sublimes, menos vistosos y algunos discutibles. Es una película hecha con oficio y buenas intenciones, una historia que abarca mucho y no consigue todo lo que se propone. Pero este analista se ha sentido atraído por una historia difícil, lírica, simpática, casi imposible. Lo más destacable de este baile no es la victoria que no consigue, sino los riesgos que toma, bastante loables. Y, aunque se ha criticado mucho la aportación de sus actores, debe aplaudirse un Abel Ayala campechano que enamora y satura a partes iguales. El poema se completa con Darín, Gil y demás rostros, todos mezclados, descompensados. Aún sin cuadrar, El baile de la victoria es una de las mejores películas españolas del año. Y sí: una digna representación en los Oscar, aunque la elección sea un acto suicida.


El saco de defectos está considerablemente lleno. La historia nunca logra que entendamos ciertas partes de la trama y en muchas ocasiones se sitúa en tonos y escenarios fabulescos que penden de un hilo. El contexto histórico se reduce a cuatro referencias mal contadas, un craso error. Además, el conjunto paga muy caro el hecho de no tener un fin claro: hay muchas subtramas que se encuentran, desencuentran y desaparecen (sin duda, el personaje de Ariadna Gil daba para mucho más metraje). Paralelamente, el aliento cinéfilo de Trueba reaparece con un homenaje a La Dolce Vita o momentos de puro ingenio. Lo mejor de todo es que el espectador siente empatía por los seres del film, les desea lo mejor y se identifica con sus aventuras. Salvando las distancias, El baile de la victoria propone un inusual realismo mágico cuyas excentricidades y lagunas deben disfrutarse como las necesarias taras de un relato indomable, inclasificable. Olviden su mala prensa: vale la pena.


El baile de la victoria merece varias nominaciones a los Goya, honores que, a juzgar por los gustos de la Academia Española, tendrá. Su final abierto, casi engañoso, puede valerle algunos votos, pero afianza la simpatía de este bloggero: El baile de la victoria gusta aun cuando no sabemos o no entendemos demasiado. Dejen pasar el tiempo para valorarla en su justa medida. Seguro que, con o sin el Goya, será reivindicada en un futuro.

Nota: 8'5