

La falta de decisión lleva a Fontaine a armar un relato tan intenso y fuerte como una gelatina de diseño. No se entiende el por qué de su inicio (el viaje de la pequeña Gabrielle a un orfanato) si el conjunto vira por otros derroteros. Tampoco entendemos el afán del film por retratar la vida de Chanel como cabaretera. Hay contados planos generales en Coco avant Chanel y los pocos que atesora son momentos falsos, bucólicos, tratando a la dama cual Madame Bovary en estado de incomprensible fogosidad. No hay equilibrio y Tatou presenta dos tipos de expresiones: el de enfadada borde y el de tonta risueña. O mucha tela, o sencillos taparabos: menudo chiste. El plano final, el mejor momento del show, nos devuelve la Coco de siempre. En el último plano, la Coco verdadera se independiza de la Coco de Fontaine y nos obsequia un desfile de gran fuerza visual. Este es el innoble modo que tiene el film de ganarse a aquellos ingenuos que esperaban un film sobre moda. Poco debate nos queda tras leer las notas históricas del final, tan sabidas como gratuitas. Una forma de manipular la realidad y adulterar la ficción. Un despropósito total.
