martes, 20 de septiembre de 2011

Crítica de EL ÁRBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick


Esta reseña no contiene spoilers de la película

Siempre entendí el cine como un viaje de lo concreto a lo abstracto. Me explico. Uno puede querer hablar sobre la vida, pero lo tendrá que hacer a partir de unos personajes y de una trama. Lo peculiar, lo pequeño, lo concreto aparece encarnado en los seres de cada film, y acaba convirtiéndose en metáfora de una idea mayor, más general. Por eso el buen cine habla de uno (el personaje que muere y vive, sufre acciones y las provoca) y a la vez de todos nosotros. Eso no sucede con el cine de Terrence Malick, y muy particularmente con esta El árbol de la vida. Malick toma el camino contrario: va del concepto al individuo, y no al revés, como sería esperable y deseable. Malick habla de ideas, no de personajes con idearios. Algo que puede parecer igual pero que no lo es. El árbol de la vida es filosofía, no una película filosófica. Más que una película espiritual o religiosa, como muchos opinaron en su paso por Cannes, es casi una religión, un espíritu. O al menos esa es su intención. Y Malick es consciente de ello. Un propósito descomunal y cuestionable.


Muchos aplaudirán a Malick por querer tomar la senda contraria a sus contemporáneos. Esa es su seña de identidad. También su defecto. Querer hablar de la existencia, la corrupción humana, la vida, la muerte, el génesis y el más allá es un punto de partida valiente. También un acto de suma pedantría y egocentrismo. Porque en su película la idea, o el cúmulo de ideas, mata la raíz del árbol. Los personajes no tienen ningún tipo de entidad: son títeres en manos de Malick, que va dirigiendo su sermón hacia las temáticas más insospechadas. No es que el padre resulte malvado (que lo es), que el hijo mayor acabe siendo igual de oscuro (que también) o que la madre sea una sumisa sin voz ni voto (pero, pese a quien le pese, lo es). El problema es más complicado. Malick no propone 'una familia', 'su familia': cree hablar de 'la familia', y el espectador está en su derecho de no querer reirle las gracias al responsable, revelarse y poner en duda toda la teoría de manual. Qué curioso que una película en apariencia tan mística acabe por no tener alma: uno nunca sabe cómo interpretar las actitudes de los personajes... será porque, de nuevo, Malick quiere hablar de la figura del padre, del hijo, del hermano y hasta del espíritu santo. En general. En mayúsculas. A lo grande.


De El árbol de la vida me molesta su grandilocuencia asumida. La película se pavonea, presume de atmósfera y de discurso, y puede que sólo se haya quedado con lo primero. No es que en El árbol de la vida convivan varias películas, si bien es verdad que algunas partes son más próximas al arte conceptual o videoarte que al cine: en el juego de Malick todo vale y todo cabe. En pocas películas se puede admitir una total libertad de opinión, y sobre todo de interpretación: esta es una de ellas. ¿Mi lectura? El árbol de la vida es menos religiosa (entiéndase 'cristiana') de lo que parece. Y no lo es porque Malick siempre habla en términos generales: habla del bien y del mal, de la vida y de la muerte, y de la fina línea que las separa. Obviamente, éstos se pueden aplicar a un contexto de crisis, guerra o fanatismo religioso, pero Malick siempre quiere ir más allá. Así que, bien pensado, resulta esperable que en una de las escenas clave la ficción pase y sobrepase de forma definitiva el marco de una puerta que puede dar al limbo, a la imaginación del protagonista o al mismísimo cielo. Lástima que por el camino Malick pierda parte de la frescura y la espontaneidad del buen cine; se aprecia una fotografía excelente, unas imágenes bellas, pero todo es tan frío y adoctrinador como un salmo de misa.


El cine también es economía de medios. Si una película dura más minutos de lo normal lo ideal sería que contara más cosas, que entre fondo y forma hubiese una armonía. Malick busca la proporción áurea y su castillo se queda en escombros. Me atrevo a afirmar que el primer cuarto de hora de 2001: odisea en el espacio cuenta lo mismo que los 145 minutazos de El árbol de la vida. Y encima, de forma más directa. Pero no se equivoquen: El árbol de la vida dista de ser una mala película. Hay que verla, aunque sea para sufrirla. Como se ha dicho, la película contiene ideas, algo de lo que la mayoría de estrenos andan escasos. Sigo admirando a Malick, reconociendo su genio, pero también sigo añorando un Malick menos engolado, más fresco y menos grave, más práctico que teórico, más sintético que pomposo, con menos reflexión y más sentimiento. 


Entiendo, al menos intuyo lo que Malick me está contando, lo veo, lo acepto y lo cuestiono; pero también entiendo que algunos fotogramas no dejan de ser salvapantallas de ordenador que si vinieran firmados por un director novato recibirían el menosprecio directo de la crítica. Hay que ser ecuánimes con Malick, ahora con El árbol de la vida, y a gusto del blog ni es la obra maestra que defienden los exagerados ni la basura sin sentido que proclaman otros. Ni tanto ni tan poco. Ante una película tan extrema me sitúo en medio, en ningún bando, atacándola con cautela y defendiéndola en su justa medida, si es que esto es posible. Será inevitable volver a ella, aunque sea para decir lo que comentó un espectador al acabar la función, una frase que suscribo y que hago mía: 'Es la película más rara que he visto en años. Y tengo muchos años. Y he visto muchas películas...'. 

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Nota: 6