

No hay duda de que el camino que sigue El bosque de luto es, cuanto menos, criticable. El espectador debe intuir que la protagonista ha perdido a un hijo (algo que solo se intuye en una brevísima escena) y debe aceptar el periplo del anciano como adiós final a su esposa treinta y tres años después de su muerte. Naomi Kawase construye un film sin aparente historia que une, con un estilo silencioso y casi místico, dos personajes marcados por la pérdida, el amor y el sufrimiento. El bosque del título es, casi por casualidad, el lugar de peregrinación donde la belleza de un ambiente virgen e inocente sanará las taras anímicas de dos veletas sin rumbo y con demasiadas heridas. Al final, la película nos deja solos, sin explicación alguna, sin cierre definido, pero con la sensación de haber sido hechizados por las imágenes que propone su autora. El bosque de luto lima así sus aristas: propone una experiencia en contra de una historia, una reflexión más visual que verbal; una propuesta sonora, pero en el fondo muda. Horas después de su visionado, El bosque de luto se convierte en una casi obra maestra, un título que debe mucho a Ozu o a Dreyer (y por lo tanto al pasado) y que se ha visto beneficiada por la pseudointelecutalidad que predomina las últimas ediciones de Cannes (y por lo tanto al presente).

Personalmente, la parte más interesante del film es su diálogo sobre la senectud y la locura, conceptos que encarna el anciano protagonista. Su periplo conserva rasgos quijotescos; se busca algo utópico y, como es obvio, al final no se encuentra nada porque lo que realmente importa es el hecho de haber viajado, la figura del viaje como redención, despedida, desahogo o aprendizaje. El bosque de luto es una road movie emocional donde el espacio, al principio claro, se desordena y nos atrapa. Tras la defición, dejamos El bosque de luto para futuras revisiones porque, de momento, las palabras del omnipresente maestro y la tradición cinéfila que nos acompaña pesan como una losa. En resumen, El bosque de luto es una película dignísima y notable, pero no me llegó a emocionar. La asepsia de la crítica, la experiencia de espectador compulsivo, para bien o para mal, ha nublado nuestra visión. Lástima que estas cosas ocurran demasiado a menudo...
