Los que siguen este blog desde hace un tiempo saben que no guardo mucho aprecio a Wall-e y sobre todo a Up. Considero que la Pixar se encuentra un tanto sobrevalorada en la encrucijada actual de la animación, quizás debido a que es el único sello que durante la década ha sabido confeccionar una película por año. La Pixar funciona por cantidad y por calidad, y no va a ser este blog quien la destrone de unos méritos que tiene bien trabajados. Entiendo, pese a todo, que el imaginario de los chicos de Lasseter siempre se queda a medio gas en mitad de cada función y que en sus últimas propuestas debe notarse cierta altanería. Si con Ratatouille la casa llegó a un zenit de excelencia técnica, en Wall-e y Up se notaba un exceso de seriedad por parte de sus creadores. Porque detrás de esas dos propuestas, refrendadas por crítica y público, había la voz de sus autores diciéndonos: 'chicos, esta es otra buena película'. A Pixar le pierden las referencias a segundos y las ínfulas intelectuales. Más bien su talón de Aquiles es la nostalgia. Wall-e se entiende como una Casablanca espacial, un homenaje al cine mudo y al cine clásico en general, y en su primera mitad (sí, sólo en su primera mitad) un prodigio de humanidad y expresión, una rareza que consigue mucho con detalles y recursos mínimos. La nostalgia del robot vino seguida por la del anciano de Up en la que es una revisión del apartado 'segundas oportunidades'. Pixar vuelve a sorprendernos con un prólogo sublime (que podríamos tratar de forma independiente como otra película más dentro de la retahila de títulos Pixar), pero adorna la trama con trucos un tanto indigestos, excusas narrativas que llenan los films de la marca con tal de hilvanar hechos o llegar al clímax esperado (cítese esa tropa de perros parlanchines). Las películas de la Pixar me parecen excesivamente oscuras, y quizás por eso creo que Buscando a Nemo es su título más logrado: renueva el género marino, revisa el mito del hijo perdido y dibuja una road movie que sabe a exploración y a aprendizaje, pero, ante todo, a loca aventura, en el fondo intrascendente, trufada de carismáticos secundarios. Todas las historias de la Pixar son tramas a contracorriente en las que los personajes buscan algo porque en el pasado perdieron algo aún más importante. Por eso las películas de la Pixar siempre serán de acción, no de sosiego. Y si habíamos citado el factor nostalgia como rueda motriz de la factoría, no hay acto más melancólico que desempolvar los juguetes de los 90 y brindarles una tercera parte, súmum de su extraordinaria andanza comercial y confirmación de que, ya desde una posición consagrada, pueden, además de citar el cine de otros, autocitar sus propias películas. Todo ello bajo el cliché de que 'han reconvertido el género animado en pieza de culto para adultos' o que 'sus películas son para el niño que todos llevamos dentro, no para los pequeños de la casa'. Lo dicho: Cinoscar & Rarities, nunca por gusto, ha sido la voz disidente del conjunto de blogs. Y ahora toca hablar de Toy Story 3...

Rebajar las expectativas
La crítica cinematográfica puede establecer miles de relaciones utilizando miles de nombres, datos o películas. Pero por encima de todo debe primar el divertimento, y más tratándose de una película de dibujos animados. Como resultado, y con tal de disfrutar de Toy Story 3, este blog sólo le ha pedido a la tercera parte de la mítica serie que le entretuviese durante hora y media. Y poniéndonos más serios, también le he pedido en silencio que se desmelene, que enloquezca, que renuncie a esa seriedad impostada de antaño. Que recuperase la magia de Monstruos S.A. Que no hiciese una película para el fan de antes, sino para el fan del futuro, el mismo que rescatará las anteriores entregas en busca de más y mejor. Que no fuese una pieza más en pugna desesperada por el enésimo Oscar, tampoco a la venta de muñequitos o la de dvds navideños. El problema se repetía: pedir demasiado o demasiado poco. Pero en este caso jugaba un inevitable factor emocional porque Toy Story, más allá de ser una obra maestra, es una película que revolucionó el panorama de la animación de su momento y que encima se convirtió en la cinta de cabecera para muchos, ese tótem de nuestra infancia. Y como amante de Toy Story, me desdigo de las reflexiones que había hecho en casa y antes de entrar en la sala pienso: ¡qué tonterías, pido mucho de Toy Story 3 porque estoy en mi derecho!... ¿acaso no he esperado esta película durante 10 años? Rebajar o no rebajar las expectativas. Contradecirse. Hacer borrón y cuenta nuevo. Esperar sorprenderme.

Esos viejos juguetes
Toy Story 3 no puede tener un mejor arranque. Se solapan en un ejercicio genial la trama infantil de un antiguo juego de Andy con la filmación de un vídeo casero, seguido de la confirmación de que el niño ya es un adolescente y la desesperada maniobra de los juguetes por llamar la atención de su amo. Un marco que centra definitivamente el tiempo narrativo donde quiere situarse la película: la lucha de los juguetes (recuerden: nuestros juguetes) por no caer en el olvido. Una batalla contra el tiempo, todo un conflicto. Y el director Lee Unkrich lo marca con una divertida paradoja: mientras Andy viaja a la universidad, los juguetes acaban en una guardería. Una forma de darles un merecido retorno al pasado, de darles a entender que nunca cualquier tiempo pretérito fue mejor. La ley de la vida y muerte de los humanos aplicada a seres de fieltro y plástico. La aventura es mucho más explícita que en Up: todos los momentos que suceden en el vertedero son la confirmación de que todos los viajes de los anteriores seres de la Pixar tenían como meta ese agujero de fuego al que los personajes se someten en un abrazo colectivo, eso después de luchar en la cinta transportadora de chatarra y demostrar que siempre serán mejores que ese oso olor de fresa, villano del relato. La amable explicación de que todos han sido buenos juguetes y de que, al llegar el giro final, merecen esa segunda vida en casa de una vecina. Una película que es una lucha colectiva y una ida y vuelta a los infiernos. Una reivindicación de esos viejos juguetes que todos recordamos, como demuestra ese operario del desguace al apropiarse del oso rosa apelando al recuerdo de su niñez. Y en su estancia en la guardería Sunnyside, un suma y sigue de inventiva juguetona y 'juguetil' a modo de fuga de Alcatraz para toda la familia.

Entendemos el mensaje, sí. Pero debemos ir más allá. Toy Story 3 no se salva de ciertos baches. Intentando dividir lo bueno de lo no tan bueno (nunca dijimos 'de lo malo'), creo que el episodio entre Barbie y Ken es más propio de la Dreamworks que de la Pixar, y que ese Buzz Lightyear hablando andaluz por arte y gracia de un reseteo defectuoso (eso, al menos, en la versión española) es, simple y llanamente, un bochorno. Me vuelve a ocurrir lo mismo de siempre: a los tres cuartos de hora me descuelgo emocionalmente de lo que se me cuenta y el final, creo, vuelve a apelar a la lágrima fácil de siempre (a la que, obviamente, no sucumbo). Eso sí: aplaudo ese pequeño gran homenaje al Totoro de Miyasaki (la forma que tienen los miembros de Pixar de demostrar que el cine de nuestro nipón favorito forma parte de su infancia y de su inspiración). Y me gustaría saber más cosas de ese erizo con la voz de Emilio Gutiérrez Caba. Vaya: otro toma y daca, una de cal y otra de arena. Toy Story 3 me gusta y es un divertimento muy digno, pero no llega a apasionarme. Aún así, la prefiero a Los increíbles y a la tan citada Up. Acabada la gran evasión, sólo queda esperar al nuevo estreno anual de la Pixar. Puede que para volver a ser el menos entusiasta de los encuestados.