

En un tiempo donde las historias de amor no están de moda, Coixet ha humanizado el género romántico con una narrativa original. Entre la oscuridad y la luz, Cosas que nunca te dije ya brillaba como un naif retrato de seres tristes, infelices y variopintos. En esa cinta, la comedia sutil aparece como contrapunto de lo grave y ayuda a que la película sea una obra rápida, fresca y amena. Ya nos encontramos aquí una Coixet que ama a sus actores y unos actores que soportan geniales y estoicos la melancolía de la trama. La Coixet inestable e indomable ya reclamaba nuestra atención y demostraba su condición de viajera.
A los que aman supuso el regreso de Coixet a España, aunque la película no tuvo la publicidad y el éxito esperado. Su dvd está descatalogado y casi nadie parece haberla visto. Más allá de enterrar a la artista, Coixet contraatacó. Y de qué manera...

Mi vida sin mí recibió elogios desde el minuto uno. Ninguna película había tratado el tema de la muerte con tal ternura y fuerza. Coixet se ganaba para muchos la etiqueta de "autora de cine para mujeres", pero el sentido y la sensibilidad de la propuesta no tuvo sexo ni edad. La película viajó por todo el mundo, estuvo nominada al Goya y al premio EFA, y fue un pequeño gran éxito en Japón, país que incluso se planteó la posibilidad de realizar una serie televisiva a partir del guión de Coixet. Las conexiones con el imperio nipón empezaban a dar sus frutos.
Con una obra maestra a sus espaldas, Coixet rescató a Sarah Polley para La vida secreta de las palabras, otro título tan largo como poético. Con una voz narradora inusual y una historia que esconde sus cartas hasta el final del metraje, la película supuso una digna continuación de Mi vida sin mí, película que incluso llega a superar. El viaje hizo parada en una plataforma petrolífera y triunfó en Venecia. Coixet ampliaba su discurso al dibujar las huellas de una guerra, las marcas físicas y mentales, las taras que perviven tras la masacre. Coixet, romántica, ya no podía ser ingenua: la cámara iba ennegreciéndose y las historias, crudas y directas, demostraron atesorar un poderosísimo discurso social y político. Porque existe la Coixet polifacética, columnista, escritora, directora de videoclips, fan de Haruki Murakami y Antony & the Johnsons. Coixet, algo nuestro y a la vez internacional (ver su fragmento de Paris je t'aime), reclamaba su condición de intelectual. Accedimos con sumo gusto: Coixet ganó 4 goyas, incluídos los premios a mejor película y director.

El último recuerdo nos lleva a Elegy, la primera vez que Coixet adaptaba un escrito ajeno. La película fue recibida sin entusiasmo en el Festival de Berlín (el viaje se completaba: Coixet ha pisado todos los festivales de prestigio), pero su experiencia norteamericana se había resuelto con una delicada historia de amor, el bello y triste cuento de un romance imposible. Coixet ya era la reina del amor, de la muerte y la vida, una de las directoras más influyentes del mundo. A su nómina de actores habituales se sumaron Penélope Cruz y Ben Kingsley. El milagro se volvió a producir.
Y ahora Coixet regresa para quedarse. Sus películas ya son pequeños placeres, la píldora necesaria, la dosis 'Coixet' que el fan necesita cada dos años. Algo parece cambiar con Mapa de los sonidos de Tokyo, un film noir, un suma y sigue que se dibuja notable. Rinko Kikuchi, genial en Babel, y Sergi López, actorazo que también reivindica sus raíces catalanas, protagonizan el film que, aunque sea a última hora, podría ganar el Festival de Cannes '09. Mediapro y Jaume Roures (artífices de otro milagro: Camino) producen este híbrido con regusto a paella y a sushi. Veremos si la Academia trata la película como una cinta española y si esta tiene posibilidades para premios venideros (¿Oscars tal vez?. Algo recorre nuestros estómagos: las esperas son tan duras como intensas. En setiembre veremos el último viaje de Isabel Coixet. De aquí a la Croissette... y a la eternidad.
