

La Palma de oro ha ido por fin a las manos del austríaco Michael Haneke. Las magníficas reseñas que tenía su film The white ribbon eran un buen presagio, pero el hecho de que la presidenta del jurado fuera Isabelle Huppert ha sido decisivo. Pero Haneke no gana por favoritismos ni triquiñuelas: el autor merece un premio que ha perdido en infinidad de ocasiones. Cannes reconoce la valía del austríaco y lo convierte en uno de los artistas más premiados de las últimas ediciones del festival. La propuesta será difícil de comercializar pero el premio brillará en cualquier cartel, presentación y cine. Solo queda esperar para ver la nueva obra maestra de Haneke. El director, que ya tiene 67 años, podría jubilarse: ya lo ha conseguido todo.


Mucho se ha escrito sobre las propuestas españolas, aunque ninguna de ellas ha logrado galardón. Almodóvar lleva un título difícil (metafórica y literalmente: el manchego reconoció que era imposible pronunciar el título de su film en francés) que solo entenderán sus fans y los críticos menos rígidos. El manchego no debe sentirse apenado: es nuestra cara más conocida y su película es una obra maestra más que digna. Coixet asegura estar muy contenta con su paso por Cannes. Carlos Boyero, crítico de críticos, reprochaba en unos de sus vídeos que "Mapa de los sonidos de Tokyo es demasiado Coixet"... como si eso fuera un defecto. No nos creemos nada: esperamos su film como agua de mayo.

El premio más arriesgado ha sido la mención al mejor director. El ganador ha sido el filipino Brillante Mendoza por Kinatay, película que muchos consideraron insoportable y demasiado violenta. El jurado se ha mojado y parece que Kinatay es la nueva Batalla en el cielo. El premio facilitará el estreno del film y recuperará la anterior Serbis, aún inédita en medio mundo. Mendoza gana un premio de prestigio y ahora su discurso es incontestable. Carne de festivales, el filipino ha ganado el premio que más le convenía. Retengan su rostro: esto no ha hecho más que empezar.

Y centrándonos en el jurado, debe mencionarse el premio especial para Les herbes folles (Francia se autopremia, algo que deberíamos empezar a hacer nosotros en el Festival de San Sebastián). El premio del jurado se ha resuelto con un sorprendente ex-aequo: quizá con la intención de sintetizar la variedad de gustos de todos sus miembros, el jurado ha laureado a Fish Tank (Andrea Arnold repite palmarés: magnífica señal) y a Thirst (film que, por otra parte, nadie esperaba ver entre los ganadores). Aunque la palma más importante, el gran premio del jurado, ha sido para A prohet, el film de Jacques Audiard. La crítica ha hablado mucho y muy bien sobre el film, aunque algunas voces creen que la propuesta es obvia y demasiado larga. Sea como sea, el jurado ha premiado a las favoritas, y Audiard y Haneke se perfilan como virtuales favoritos en los próximos premios EFA.

Finalmente, debe citarse el premio a mejor actor para Christopher Waltz, el malo malísimo de Malditos Bastardos. El actor solo sale treinta minutos en pantalla y su nominación al Oscar a mejor intérprete secundario es cosa de meses. Cannes no ha querido sobrepremiar a nadie. Todos con premio y todos contentos, eso es lo que debe pensar Lou Ye, cuya vitrina aumenta con el galardón al mejor guión (el título del film bien lo merece: Spring Fever). El premio es muy importante para Ye teniendo en cuenta su situación política y económica. Aunque a la sombra, este no es un premio menor y esperemos que el film se estrene lo antes posible (Ye no ha estrenado casi nada en España).
Cannes cierra sus puertas. Atrás queda un año notable, viente películas que salen reforzadas para próximos pases y estrenos. Cannes, el mejor festival del mundo, confirma su poderío y glamour (allí se estrenaron Up, Agora o El imaginario del doctor Parnassus). Ahora la batalla se libra en las salas. Los cinéfilos, mientras, empezamos a frotarnos las manos. El año que viene, más.