1. En la novela gráfica El azul es un color cálido, la francesa Julie Maroh cuenta a partir de una experiencia personal la historia de Clementine, una joven de 15 años que se enamora de Emma, una misteriosa chica con el pelo azul. Maroh juega con los colores, la base de su título, y su obra, además de retratar una realidad homosexual en la contradictoria Francia de la actualidad, se impone como un gran relato sobre el poder del primer amor, con independencia del sexo y de la sexualidad de sus participantes. El cómic, pese a todo, está narrado a partir de dos líneas narrativas: Emma lee los diarios de Clementine y las palabras de esos cuadernos se materializan en imágenes, por lo que toda la historia se inserta en un largo flashback que culmina con la muerte de Clementine en extrañas circunstancias. Maroh, en resumen, opta por una estrategia escritora bastante parecida a la que adoptan ciertas tiras mangas para público femenino (diálogo interior, cierta recreación en el 'mal de amores' de sus personajes, etc.), y su estructura termina por resultar tan previsible como efectista. Queda, eso sí, el interesante ejercicio cromático que define simbólicamente a sus personajes, dos caras de una misma moneda que se desgajan y fusionan en la frialdad y calidez de sus tonos: el arrebatador efecto que tiene la irrupción de Emma en la vida de Clementine se resuelve con constantes trazos azules que rompen con el gris imperante de las páginas, mientras que a posteriori el recuerdo de la fallecida Clementine es evocado por Emma con pinceladas anaranjadas que sellan la doble influencia de la curtidora experiencia amorosa y sexual.
2. El azul es un color cálido, pese a sus desiguales méritos y defectos, nacía dentro de una órbita claramente queer, con la intención de normalizar una realidad social no siempre reivindicada y con el fin de dar a todas las Emmas y Clementines del S. XXI una obra con la que sentirse identificadas, y con ellas la gran masa de lectores hetero u homosexuales. La vida de Adèle, en cambio, nace claramente desvinculada de cualquier compromiso social y desde el primer momento reniega de la herencia del material literario de base. Más que una adaptación, en este caso hay que hablar de una versión de una historia ya marcada: Kechiche ha utilizado la novela inicial como anecdótica fuente de inspiración para explorar los mundos que más le interesan, una libertad artística totalmente lícita aunque Maroh, la autora de la novela, hable en términos de 'traición' a una historia con tintes autobiográficos. Sería interesante analizar las similitudes y diferencias que existen entre novela y película, aunque por falta de espacio citaremos la más evidente: en el camino que media entre la lectura de la novela y su reconversión en imágenes, Kechiche ha encontrado personajes allá donde Maroh sólo presentaba estereotipos. Concretamente, Kechiche ha esculpido un personaje: esa Adèle atractiva e indescifrable que reclama su independencia con respecto la inicial Clementine y cuyo nombre establece un vínculo más que evidente con Adèle Exarchopoulos, la excepcional intérprete que le da vida.
3. Partiendo de Adèle (y todo lo que ella implica: el relato pasa a acoger un orden cronológico con saltos temporales que abarcan diferentes años), Kechiche ha querido hablar del amor en mayúsculas (el tema así lo merece pese a las vanalizaciones ficcionales que han asociado el amor con el romance: amar implica una dependencia, una necesidad y un dolor que pocos están capacitados para filmar con toda su fiereza). Resulta totalmente anecdótico el hecho de que sus personajes sean femeninos: importan los sentimientos, la vivacidad de una mirada, la intensidad de un beso o la complicada vida en pareja. Kechiche toma prestados muchos elementos de la novela, pero en términos generales puede hablarse de una transformación y de una ampliación de la primera obra: viendo la película, la lectura deja de ser un vínculo primordial para convertirse en un complemento secundario, aunque no prescindible si se quiere llegar a un completo análisis del cosmos del film. Kechiche toma ideas y les da forma, las amplía y las dota de una vida pocas veces vista en la gran pantalla: el cambio del color del pelo de Emma marca las dos partes del relato y el juego de colores se bifurca en dos partes (Adèle pasa de evocar el azul de su amada cuando se masturba en su cuarto a sentir toda la intensidad del color cuando deja su cuerpo al vaivén de las olas, como si el recuerdo de Emma y su azul característico ya fuese en su etapa de madurez una parte indivisible de su cuerpo y de su ser).
4. Curiosamente, una de las cuestiones que más se han discutido del film (sus explícitas y largas escenas de sexo lésbico) ya aparecían en la obra de Maroh. En este sentido, Kechiche llega a unos terrenos que sólo Von Trier ha explorado en los último veinte años: la desnudez total y absoluta de los personajes se traduce en unos trabajos interpretativos muy vívidos y, en palabras de sus actrices, en una experiencia profesional de lo más tortuosa (imposible no evocar la polémica que existió entre el cineasta danés y la presuntamente maltratada cantante-actriz Björk con motivo de Bailar en la oscuridad, no por casualidad otro título que fue galardonado con la Palma de oro). Con independencia de su trastienda, La vida de Adèle llega al espectador de la forma más pura posible: todo se antoja sumamente real, y asistir a la intimidad sexual de sus personajes no es un capricho sino una forma de afianzar el vínculo de encariñamiento y finalmente de desgarro que se teje entre el espectador y la película. Parte de la estrategia de Kechiche está en aturdir a la platea, en desarmarla. En La vida de Adèle no hay espacio para las medias tintas, para el eufemismo o para el pudor. Sus escenas sexuales son torrentes de sentimientos, nunca estampas pornográficas.
5. Kechiche ha firmado una gran película. Con ella es imposible no sentirse identificado a distintos niveles, reir ante la inocencia de la primera Adèle y llorar a lágrima tendida cuando el personaje atraviesa sus peores momentos. Escenas como el encuentro en la cafetería están entre las mejores secuencias de todos los tiempos (sin exagerar). Y aunque es interesante ver cómo se completan y complementan las dos partes del relato, a nivel personal La vida de Adèle no termina de ser redonda porque al querer filmar un sentimiento universal (el amor) se olvida de concretar un contexto local (la Francia de Sarkozy que llena las calles de manifestaciones homófobas y celebraciones del Orgullo Gay, todo ello ya presente en el libro). La cinta no incide en la etapa de instituto de Adèle, con el desaprovechamiento colateral de algunos personajes muy interesantes. Tampoco concreta algunas de las actitudes de Adèle, y por ello no acaba de cuajar la exposición de dos formas de vivir la homosexualidad en la Europa moderna (pese a todo, los distintos caminos vitales que toman sus heroínas y las dos cenas en casa de los padres de una y de otra son momentos sintomáticos de toda la problemática social que esconde la historia). La vida de Adèle, en otras palabras, sería más coherente si hubiese aceptado desde el primer momento su naturaleza queer, aunque ello no implica que estemos ante la exposición de un amor lésbico visto desde una órbita masculina y heterosexual. La vida de Adèle quiere abarcar tanto (es una historia cerrada y al mismo tiempo dos capítulos en la existencia de un personaje abierto a más episodios) que acaba un tanto descompensada. Y aún así, hacía mucho tiempo que no habíamos asistido a una bocanada de aire tan fresco, a una experiencia tan real como tortuosa. Después de ver La vida de Adèle uno siente que ha experimentado cosas en primera persona, que ha sido sometido a un torbellino de sentimientos y que ha vivido más de las tres horas que impone su metraje: sólo por eso podemos celebrar sin tapujos el que ya es uno de los clásicos más incontestables de lo que va de siglo.
Para los que quieran tocar el cielo y visitar el infierno en 3 horas de cine superlativo.
Para los que quieran tocar el cielo y visitar el infierno en 3 horas de cine superlativo.
Lo mejor: El trabajo de Adèle Exarchopoulos es ya historia del cine.
Lo peor: Que se vea como un film provocador y efectista,
siendo en realidad una de las películas más complejas y profundas del año.
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Nota: 9