
El cine siempre ha sido el hermano pródigo de todas las artes. Los ambientes estudiantiles rehuyen del cine como de una extraña peste negra. La literatura, en su densa e inabarcable nómina de obras, resulta ser la estrella, el no va más de lo refinado y docto. Quienes se vanaglorian de su condición erudita nos sorprenden endiosando al cine comercial, negándole al séptimo arte su capacidad pedagógica y formadora. Tan importante es saber leer y escribir como ver e interpretar una pintura, una escultura, una película. Definida la escala de valores, es fácil decir que las series de televisión son la rama más burda y maltratada del cine. No todos los libros son buenos, ni todas las películas y series son interesantes. La globalización, la tecnología y el capitalismo han facilitado el eclecticismo cultural y ha desmembrado esa reunión social que era el arte en la Grecia y Roma antigua. Los dvds, cines y canales de televisión convierten el arte en algo privado y privativo; cada uno construye su propia cultura, define sus propias influencias y crea sus propios ídolos. La modernidad va asociada a un imparable concepto de individualidad. Estamos perdidos en un mar de referencias, festivales y premios. Tengo miedo de que esta situación nos lleve a no distinguir entre lo bueno y lo malo, lo original de lo copiado. Esta es la línia finísima que distingue a los críticos de cine de los espectadores más fanáticos. ¿En qué bando incluirse?
