

Debe reconocerse, al menos sobre el papel, que Surveillance es un film especial, pequeño en intenciones y medios. Lynch quiere narrar la historia de dos policías que investigan un extraño caso en el que se ven involucrados otro policía un tanto corrupto, una joven drogadicta y una niña de apariencia frágil. Los tres personajes, que al principio parecen extraños pero cuyos destinos son parejos, narran su propia versión de los hechos, algo que el film recoge en formas de tres largos flashbacks, al final unidos en uno y teñidos de rojo sangre. La espera, pese a todo, es eterna y la acción, cuando llega, carece de endamiaje: no nos importan los personajes y, aunque sorprende el giro argumental del final, poco interesan los avatares de unos u otros. Lo mejor de Surveillance está en el terror de toda la vida (los sugerentes minutos iniciales) y algunos momentos de goce gore, de feísmo muy logrado (el camello que muere ahogado en el vómito de su propia cerveza). La forma es buena, pero el qué es tan vacuo que todo naufraga. Que Julia Ormond (actriz con poca suerte) y Bill Pullman (uno de los peores intérpretes de su generación) protagonicen el film es ya una prueba irrefutable de que Surveillance, pese a los logros obtenidos, caerá en el cajón de las mediocridades malogradas. Es corta, pero ni eso es un valor a reivindicar: existen capítulos de Expediente X o Perdidos más potentes, originales y interesantes que esta road-movie intelectualoide. Totalmente prescindible.
