
Alucinado, pasmado, anonadado, extrañado y enfadado: estos son unos de los cuantos estados por lo que servidor pasó mientras veía
Resacón en Las Vegas. Quede de antemano claro que el visionado del film se realizó vía ordenador, una buena opción teniendo en cuenta que la jugada no merece el tiempo y el dinero que se precisa para ir a un multicine. La historia es la misma de siempre y no necesita ser contada. Algunos utilizarán referencias a odiseas literarias y cinematográficas o incluirán el nombre de clásicos en sus reseñas del film... este escrito rompe el patrón.
Resacón en Las Vegas, que se inicia como ya hicieran otros tantos films, se desarrolla como otros tantos films y... ¡oh! termina como otros tantos films es una pérdida de tiempo: es demasiado extrema para ser una comedia ligera de verano, pero poco gamberra para ser un símbolo entre la generación que aplaudió e imitó los trucos de Jackass. Este resacón sin sentido ostenta unos actores pésimos, un guión infame que eterniza la fórmula caca-culo-pedo-pis (algunos momentos rozan el súmmum del mal gusto: véanse la gratuita tortura de la policia, la masturbación del bebé o el desafortunado comentario de uno de los protagonistas sobre el 11-S). Y ante tanta indignación, el mayor enfado llega cuando comprobamos con estupor que
Resacón en Las Vegas nunca se desmelena (ser rápida no implica ser trepidante) y concluye con un final manido. Las Vegas conoció mejores películas y hemos asistido a despedidas de soltero más dignas... nada que ver con lo que propone esta pobre comedieta que, ¡horror!, ha caído en gracia sin ser graciosa. El cartel español reza que 'hay gente que no está preparada para Las Vegas': servidor lo ejemplifica.
Resacón en Las Vegas también demuestra las diferencias que exiten entre el público español y el norteamericano. La película ha funcionado bastante bien en nuestra taquilla, aunque debe imaginarse un considerable número de espectadores defraudados (alegarán que la película tarda en empezar o que, tras tanta publicidad, esperaban mucho más), algo que ya ocurrió en Francia e Italia. El ritmo y el tono de Resacón en Las Vegas es, aunque algunos productores no lo quieran reconocer, local. Como ocurre con las superproducciones de superhéroes (todo es 'super': esto es Estados Unidos y el tamaño importa), el público español va a la sala por inercia y porque no tiene ofertas más jugosas, y nunca se llegan a registrar datos excelentes. Eso explica por qué España fue el país que menos apoyó a Iron Man o Transformers y el que más interés ha tenido y aún conserva por Los hombres que amaban a las mujeres. Bajo el semiéxito de Resacón en Las Vegas hay una compleja reflexión sobre las diferencias culturales y cinematográficas entre yankis y españoles (es gracioso pensar que nuestro Resacón en Las Vegas sería, por ejemplo, Airbag). A los españolitos les gusta evadirse, comprobar la superficialidad de una ciudad mercantilista y falsa, pero solo nos atrae porque es muy diferente a nosotros, casi imposible, lejana, icónica. Resacón de las Vegas, por lo tanto, se apropia vilmente del mito y rentabiliza el cliché (personajes que se niegan a crecer, las fantasías que rodean a la ciudad de los casinos,...). Atraco a mano armada.