
Asistimos puntuales, con el traje de rigor y la emoción del primer día, a la enésima proyección de la última propuesta de la Pixar. Deja vu: los niños de siempre ronronean en la sala, tiran palomitas, marean al personal. Se abre el telón y el cortometraje introductorio es breve y excelente. Empieza la película y Pixar, en un alarde por sintetizar la historia de su personaje, nos regala unos diez primeros minutos lúcidos, espléndidos, vibrantes, humanos. Otro deja vu: Pixar gana en las carreras cortas y los largometrajes no son lo suyo; solo eso explica que los noventa minutos restantes sean inferiores en forma y tema a su pequeña introducción, un pequeño cortometraje que queda despegado del conjunto. Y como otro deja vu nos invade (el público se ríe, la gente sale del cine encantada y uno se queda con ganas de más), uno piensa que Pixar debería dedicarse única y exclusivamente a los corto y mediometrajes, porque la parte muda de Wall-e fue lo mejor del 2008 (el resto se quedó flotando en el espacio), porque Buscando a Nemo funciona a pleno gas en sus primeros fotogramas, porque Ratatouille se alambica y dispersa cuando el ratón pisa París... y porque el inicio de Up, pura maestría y economía lingüística, es la promesa de una obra excelente que nunca llega a cristalizar. Temibles recuerdos, inevitables augurios: Up ganará el Oscar a la mejor película animada y quizás logre colarse entre las diez nominadas al premio gordo. Cuando sea la temporada de premios, habrá más globos pinchados que erguidos, pero poco importa: se volverá a apelar al oficio de una Pixar que me promete un pastel exquisito y me cede un ruin caramelo. Otro viaje en valde.

Up atesora lo mejor y lo peor de Pixar. Las formas clasicistas de la empresa impregnan el primer fotograma del film y aparecen de forma esporádica, siendo lo mejor de una cinta que remonta el vuelo (nunca mejor dicho) cuando opta por eliminar sus diálogos (la poética subida de la casa mientras se pasea entre rascacielos, las sillas vacías en representación de la pareja protagonista, el humanismo y humor que desprende el ave de colores). La idea es buena y sus directores la desbaratan con unos perros parlanchines de chiste, el más facilongo y patético recurso de todos los films de Pixar. El final mejora, pero se queda más cercano a Bolt (no solo por el factor perruno) que a las grandes obras de la casa. Y todos los guiños, críticas y mensajes quedan aguados, productos de la casualidad y la torpeza, víctimas de una narración entretenida, pero forzada, alicaída. Se ve sin esfuerzos, aunque difícilmente puede reternerse simpatía por una Pixar que se repite, que está demasiado preocupada por no fracasar en taquilla, que solo piensa en vender muñequitos de sus estrellas animadas y que innova menos de lo que cree. No hay duda que la mejor animación está en los estudios Ghibli y alrededores (la idea de una casa móbil remite, directa y descaradamente, a El castillo ambulante). La sonrisa se hiela y se congela hasta el año que viene, esperemos que para asistir a mejores espectáculos.
