sábado, 1 de agosto de 2009

EL PINCHAZO DE HARRY POTTER 6

Estaba en la mesita de noche, fiel a la rutina de los anteriores seis tomos. Pese a todo, algo se rompió pasada la página número 300: "no me importa cómo termina", pensé, y el libro empezó a cubrirse de un polvo de abandono y desilusión. Harry Potter ha cambiado, tanto en el papel (más altivo, chulesco y decidido) como en la gran pantalla (igual de soso, pero más oscuro). Con él, también han cambiado sus lectores, toda una generación de niñitos y niñatos que han crecido con el joven mago. Harry Potter ha sido (fíjense: el verbo está en pasado) un fenómeno social, una cuestión generacional, un éxito inaudito e intachable. La saga terminó hace tiempo, pero la codicia de Warner Bros retrasó la carrera comercial de este Misterio del Príncipe, estrenado ahora de forma descafeinada. Las críticas entusiastas de primera hora callaron sus mentiras y dejaron paso a notas y reseñas más realistas, menos festivas. No hay ninguna duda: Harry Potter 6 cumple el refrán de "mucho ruido para tan poco petardo". La traca final se ha aguado. No hay magia que valga.


Los gustos de los espectadores y los datos de taquillas son cuestiones científicas a la par que artísticas, pura loteria y a la vez una intrincada maniobra económica, erigida a base de persuasión, pericia y zalameras propagandas. En época de crisis económica, parece evidente que las películas más rentables no son las que más dinero ganan, sino las que menos gastan. A nadie se le escapa que films como Paranoid Park, Still Walking o Tres días con la familia, con una cantidad paupérrima de copias, siempre alejados de los top ten semanales, se hayan convertido en los auténticos triunfos estivales, en los sleepers más fructíferos. En los tres casos mencionados, la falta de publicidad ha venido suplida por la necesaria y natural campaña de diarios, radios, revistas y cadenas televisivas, todas ellas subrayando las bondades de grandes candidatas a obras maestras, perpetuas, indelebles. Los espectadores potenciales de dichos films son gente entre treinta y sesenta años residentes en grandes ciudades, de economía holgada e inquietudes artísticas; en definitiva, el colectivo menos afectado por el descalabre económico. No hay films mejores ni espectadores de primera o segunda categoría, pero sí existen clases sociales, cada una con unos gustos cinéfilos y unos hábitos de consumo muy diferentes. El argumento no es ni clasista ni descriminatorio; en todo caso, los primeros damnificados son (somos) la gente de pueblos y pequeñas ciudades que no puede acceder al último film de Kore-eda, pero sí a la fuerza mediática de la pottermanía. He aquí el primer y principal motivo del pinchazo de Harry Potter en la taquilla española.




Miles de seguidores llenaron las salas los dos primeros días de exhibición de Harry Potter 6 (todo boom es temporal y, por concepto, efímero). El número de entradas reservadas solo contempla el público fan y los grupos de amigos que, antes de hablar del film, prefieren presumir de haber sido los primeros en haber visto la película. Todo un insulto a la cinefilia. Gracias a estos dos días de auténtico bombazo, los cines han superado sus números rojos y han renovado los stocks de palomitas rancias. Gracias también a Harry Potter, aunque sea indirectamente, podremos disfrutar de obras a todas bruces menos rentables como la última ganadora en Cannes o el nuevo furor del cine oriental. Los espectadores ocasionales permiten la rutina de los espectadores entusiasmados. Demos, pues, una irónica reverencia al joven mago, aunque haya acabado a la sombra de Ice Age 3 como hijo bastardo de los tickets vendidos de sus antecesoras. No se engañen: los 10'3 millones de Harry Potter 6 son meras cuantías al lado de los 7'5 millones de Los hombres que no amaban a las mujeres o los casi 30.000 euros de Paranoid Park. El truco está en el equilibrio y Harry Potter, grandilocuencia elevada al cuadrado, ha bebido de su propio veneno, víctima de su barroquismo y desmesura.


El tiempo pondrá a cada mago en su sitio y le restará las nominaciones al Oscar que en su día se otorgaron a modo de tómbola. Todo pasa y todo queda, pero la deuda con Harry Potter, tras tantos años de compañía, es inmensa. Por ello, aunque sea despacio y a regañadientes, terminaré el séptimo libro del señor Potter y devolveré el tomo a su estantería habitual, reconvertido en reliquia pasada (quizás pasajera). Muchos vapulerarán lo aquí escrito: ello demostrará que el cine en minúsculas (Howarts y alrededores) y en mayúsculas sigue vivo y variado. Cosas del verano...