Cuando Takeshi Kitano rodó Takeshi's, la crítica aseguró que la película era su suicidio artístico. Takeshi's, al igual que Tiro en la cabeza, surge de una necesidad artística, la exigencia personal por innovar y romper los esquemas del cine contemporáneo. El arte nunca debe ser un mero mecanismo para invertir y ganar dinero, al igual que ser director de cine no puede ser una profesión, o al menos no un oficio al uso: uno rueda una película si le apetece, si le aporta alguna cosa como persona y autor y, de paso, ofrecer su mirada a una audiencia cada vez más amorfa. El cine es sonido e imagen y Tiro en la cabeza, casi a modo de cirujano escrupuloso, juego con estos elementos básicos (no por obvio el intento es fácil) para crear la película española más singular de la década, quizá porque no se trata tan siquiera de un film. Tiro en la cabeza es, según se interprete, un drama social, un thriller misterioso, una cinta de terror cercana al naturalismo de Las horas del día (todos podemos ser asesinos porque quien mata tiene las mismas características de las víctimas, al menos a nivel externo; y, por lo tanto, el peligro siempre acecha), un film mudo, una pieza de videoarte o una visión futurista del cine del mañana, un invento desligado del clásico y básico esquema de contar una historia inteligible. A Rosales se le podrán reprochar muchas cosas, pero, independientemente del tema tratado y lo satisfactorio que resulte, su trabajo posibilita un debate sobre qué y cómo es o debe ser el cine, además de indagar otras narrativas que, por bizarras, parecen modernistas. Tiro en la cabeza nos dice que el cómo va estrechamente unido al qué y que, en el cine, nada es gratuito o casual: aunque parezca que Tiro en la cabeza es el discurrir de un extraño que al final se comporta como un monstruo, todo obedece a una coreografía porque la naturalidad en el séptimo arte se alía paradójicamente con el artificio. El éxito de la propuesta dependerá de nuestras ganas de jugar y nuestra capacidad para aguantar y aceptar estoicos (no solo como espectadores sino como ciudadanos) una hora y viente de cine a contracorriente.
A nadie se le escapa que Tiro en la cabeza se basa en un asesinato perpetrado por ETA en Campbretón, una anécdota que se suma al sanguinario historial de una banda terrorista deleznable. Este episodio basa el último cuarto de hora de la película y, como resultado, nuestra lectura de la misma no puede reducirse a este hecho. Antes de la masacre, Tiro en la cabeza nos presenta el día a día de un hombre corriente. Nunca oímos su voz y sus diálogos y, tras saber el final (o a sabiendas de lo que sucederá), la sensación de distancia con el protagonista es brutal: no entendemos sus acciones, no sabemos lo que hace y el espectador se inquieta porque lo que ve puede ser una ingenua reunión de amigos o la concienzuda preparación de un asesinato. Pero hay múltiples lecturas: uno puede intuir que las víctimas estaban por casualidad en el lugar y momento equivocado y que no había premeditación alguna por parte de los asesinos. No entendemos nada, no contar es decisivo, la sinrazón no puede más que exponerse con toda su crudeza; ni justificarse ni solucionarse. Como resultado, estamos ante una película sensible y sensitiva que, más que verse, se intuye, se huele, se siente. Y mientras, oímos el sonido urbano de fondo, la implacable prueba de que el mundo es extraño y de que todos podemos ser en determinado momento víctimas o verdugos. De hecho, Tiro en la cabeza es un juego de subjetividad, de distancia, un intento por apolitizar un hecho local que, al final, tras un proceso de depuración, deviene universal (o lo que es lo mismo, hablar de la realidad alterándola, negándole el sonido y subrayando su absurdidad; si no, ¿cómo se entiende que la mujer terrorista actúe ante su secuestrada de forma tan condescendiente?).
Muchos han defendido que la película, al presentar al etarra como una persona normal y corriente, se pone de su lado y humaniza sus acciones. Debe destacarse que tal lectura es averrante porque el cine de Rosales habla del terrorismo intentando concentrar las escenas violentas al final del metraje. Como ocurría en La soledad, el terrorismo es un tema más, pero no el tema principal. De las películas de Rosales se extrae una idea de democracia absoluta: todo el mundo puede matar o morir, todo afecta a todos por igual y sin excepción. Para justificar todo esto, sirva de ejemplo pensar que el protagonista, al final del relato, podría ser la víctima y no el autor del tiroteo: su mirada choca con la del guardia civil (vestido de calle, o sea, uno más, nada ni nadie excepcional, ni un superhéroe ni un supervillano) y los papeles podrían invertirse. Tiro en la cabeza habla de los peligros que pueblan nuestro día a día, evidencia la parte frágil y despiadada del ser humano y demuestra que nuestra vida está en manos de otras que no conocemos ni dominamos. He aquí el verdadero miedo y el interés del film. Una genial idea que, de haber acabado como corto o mediometraje, hubiera sido una obra maestra.
4 comentarios:
Buen comentario. Creo que este tipo tiene mucho más que decir en la pantalla.
SalU2
T.
Me encanto la Soledad, y muero por ver esta nueva producción, seguro que me gusta bastante ya que Rosales me parece una de las grandes promesas de España. Muy buena reseña. Pronto sabras mi comentario sobre La Influencia
Creo que el tema que trata es demasiado fuerte por lo que esta pasando en españa. El film creo que sera apreciado solo por los españoles, ya que es un problema nuestro. Pero el film con lo que quiere transmitir se queda en poco.
saludos
A mi la soledad me dejo con una gran sesancion de frialdad...buena película..pero le falta calidez...este film me encantaria verlo..pero haber si saco tmpo para ello..un saludo
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