

Hay muchas cosas que a este analista le irritan de Hunger. El film juega a la confusión: primero filma el día a día de un guardia carcelario, para después centrarse en la rutina de una cárcel (feísta y mohosa, cómo no) y, luego, reducir el discurso a un único protagonista. Los largos silencios que propone el director son exasperantes: no se entiende ni existe justificación a tanta contemplación, momentos que pasan por ver a un hombre fumar un pitillo, a un operario que frega todo (si, TODO) un pasillo o el gratuíto flashback final, confirmación de que Hunger, más que efectiva, es efectista. Y como todo está descompensado, Hunger nos tortura con un diálogo de un cuarto de hora, teatral, intenso pero pesado, imposible de seguir vía subtítulos. Si se logra sobrevivir a tal verborrea, el espectador asiste a otros tantos momentos de violencia extrema y a la degradación final del personaje: se justifica el título ('Hambre' en castellano), pero nada más. Hunger, como resultado, es un film interesante, pero sus formas son sumamente plúmbeas, lánguidas porque sí y falsamente poéticas. Hunger debe verse, siempre y cuando se incluya un debate final porque el film es, por su narrativa y mirada, un relato muy, muy discutible.

A servidor le gustaría saber por qué se aburre con Bergman, Hunger y algunas obras de Van Sant, pero en cambio asiente ante la lentitud de Carlos Reygadas (objetivamente, Hunger es más ligera que Japón, pero, a gusto del blog, menos estimulante). El cine es impredecible, al igual que los gustos del cinéfilo, al igual que los circuitos por lo que se ve/consume películas. Hunger se suma a este debate, aunque por la puerta pequeña. Otra nueva y última cuestión: ¿por qué algunos directores noveles se empeñan en mezclar ficción con realidad y estética documental? La fórmula cansa y Hunger es la reina del hastío...