sábado, 13 de junio de 2009

SERIES 20: PERDIDOS (LOST)

Se necesitarían infinidad de posts para tratar la grandeza y complejidad de Lost, una serie que ha revolucionado el panorama televisivo de la modernidad. No estamos ante una serie cualquiera: esta es la serie de las series, la inspiración de muchas ficciones, el paradigma a seguir y el éxito a alcanzar. Ya desde su génesis, con ese episodio piloto de una hora y viente minutos, y un sinfín de dólares derrochados (ahora sabemos que no en balde), Lost aparecía como una propuesta misteriosa, mucho más que la clásica trama del náufrago perdido. Desde el minuto uno, la isla y sus enigmas han imposibilitado que nuestros personajes viviesen en paz: el escenario es parte activa del show, aunque sus seres, a modo de piezas de ajedrez, son sus máximas caras y pilares. La partida ha ganado en tensión, ahora tiene más fichas y juega con el tiempo, el espacio y la paciencia (véase nervios... en mi caso uñas) del espectador. Lost es la propuesta que más engancha, más sorprende y mejores momentos nos ha hecho pasar frente a una televisión (o ordenador: el fenómeno Lost es cosa de internet). La historia ha llegado casi a su fin y somos conscientes que en mayo de 2010, cuando veamos por última vez la cortinita de LOST, algo morirá dentro de la pequeña pantalla. Con la era tecnológica, la revolución de la tdt y demás historias de la pseudomodernidad, puede que Lost sea la última serie popular, el último fenómeno de masas, la última obra maestra de un medio cada vez más fragmentado y variopinto.



Lost es, burda y metafóricamente, una cebolla inmensa de capas infinitas. Si algo ha demostrado esta quinta y penúltima temporada es que J.J. Abrams y sus secuaces lo tenían todo planeado desde un principio, aunque no sabían el tiempo que invertirían en desvelar el misterio. La decisión final de la ABC de fragmentar el relato en seis entregas juega a favor de la serie y ha evitado que las tramas se diluyesen: caso contrario ocurrió con Expediente X. Pese a este apunte, la audiencia de Perdidos ha mermado porque precisa espectadores pacientes, capaces de ver y rever sus capítulos, memorizar cantidades importantes de información y nombres. El espectador es parte activa de Lost y, por ello, no lo toma por tonto. Ya estamos al final del camino y podemos decir que Perdidos, sin decaer, ha ido de menos a más, desconcertando, atrapando a sus espectadores. Tal es el fenómeno que muchos incautos están empezando a ver la serie por primera vez, cuando es imposible ceder al aluvión de spoilers o al amigo cojonero que adelanta ilusionado partes de la trama (lo reconozco: soy uno de ellos). Sea como sea, todos, de los más veteranos a los más inexpertos, veremos el final de la serie por Cuatro, esperemos que en horario estelar y a ritmo de Norteamérica. Este será el final más digno para una serie excelente que TVE, como siempre, maltrató de forma despiadada: otra capa de la cebolla, aunque innecesaria.



Cada uno tiene sus teorías y lecturas sobre Lost, además de sus personajes o capítulos favoritos. Es opinión unánime destacar sus excelentes dos primeras entregas, superadas después por las sublimes tercera y quinta temporada. La cuarta, un poco inferior (y seguramente afectada por la huelga de guionistas), fue el trámite necesario para asistir al final de relato. Pero en Perdidos no hay nada malo, sino detalles menos excelentes. Quien esto escribe, prefiere a Jack que a Sawyer (¿o es James?, ¿o es LaFleur?), aunque John Locke y Benjamin Linus son mis personajes favoritos. Y días después de ver el magno cierre de la quinta entrega, Juliet se impone como personaje querido e idolatrado: si muere, su cadáver será el más famoso del 2010 (con permiso de Locke: ¿está muerto o no?, ¿poseído, tal vez, por el enemigo de Jacob?); si sobrevive, la serie da un giro de ciento ochenta grados y se convertiría en la gran heroína de los perdidófilos. Explote o no la dichosa bomba, todos sus actores han firmado su gran papel y su encasillamiento ya es un hecho. El lado negro (que no humo: este es otro tema) del éxito.



Perdidos habla, entre otras cosas, del destino: ¿nosotros alteramos nuestro camino o este ya está escrito?, ¿qué es un héroe y cómo debe comportarse? Siempre he defendido que Perdidos tiene unas lecturas políticas muy potentes: en la serie hay una amenaza a atajar, una tregua que se rompe, un líder que se corrompe (Bush anida en los guiones y se transforma, según el caso, en Sawyer, Jack, Ben o Locke) y una microsociedad nunca estable. Perdidos, bajo la acción y el mero divertimento, tiene apuntes filosóficos, mitológicos y políticos: esta es una serie post-11S y nadie debe olvidar el detalle.

Perdidos tiene el mérito de ostentar los mejores finales de temporada: los caretos de Locke y Jack observando la oscuridad de la escotilla, el rapto de nuestros protagonistas y la explosión de la escotilla, el cambio radical que supuso saber que Jack y Kate sí sobrevivían, la desaparición de la isla y la salvación sui generis de los Oceanic six, y, finalmente, una Juliet agónica intentando estallar la bomba que puede cambiar la serie al completo. ¿Quién da más? De momento, no lo ha hecho nadie. Y nos callamos los excelentes arranques de la segunda y la tercera temporada... lo dicho: Lost precisa toda una enciclopedia.



Y como el post quiere ser un homenaje y un saludo a los fans de la serie (el bloggero Moltisanti merece una mención especial: sus post sobre Perdidos no tienen desperdicio), acabaré (porque esto debe acabarse) mencionando mi teoría sobre cómo acabará la serie. Creo que el final pasa por recordar a Aaron, Walt y el hijo de Sun y Jin: ellos 'nacieron' en la isla y su destino pasa por volver a ella. No me espero un final lógico, perfectamente cerrado y con todos los misterios resueltos... esperamos, eso sí, que se nos informe sobre Jacob y su pasado, sobre el humo negro y esa Claire que lleva desaparecida desde hace demasiado. Una última escena bonita sería Vincent recorriendo la playa en calma, jugando entre los fantasmas de todos los protagonistas (están encerrados en un bucle: no saldrán nunca de la isla). El perro mirará el cielo y, de este, surgirá un avión que caerá al igual que el primer fotograma del conjunto. Y antes de la cortinita, veremos a Walt y Vincent, la parte noble e inocente de la contienda, fundidos en un abrazo, a la espera de que el destino les depare más y más sorpresas. Vale: soy muy peliculero... J.J. Abrams, a su manera, también lo es. Historia viva de la televisión.