Glenn Close recibió el guión de La buena esposa en el año 2014 por medio de su agente. En seguida aceptó encabezar el proyecto, pero la película no se empezó a rodar hasta finales de 2016. En 2017 tuvo su première en el Festival de Toronto y días después clausuró San Sebastián, justamente el certamen que en 2011 le había concedido el Premio Donostia por toda su trayectoria. Los comentarios de los críticos que pudieron verla en esos pases hablaron maravillas de Close y en seguida se creó el runrún de una posible nominación al Óscar: no hay que perder de vista que estamos ante la actriz viva, en activo y de más edad con mayor número nominaciones al Academy Award y todavía ninguna victoria. Con todo, alguien en algún despacho de Los Ángeles debió pensar que una película protagonizada por una actriz estadounidense, dirigida por un cineasta sueco y con capital británico no tenía cabida en el año que terminó liderando La forma del agua, y la cinta quedó en stand by hasta este 2018. Ironías de la industria, poco tiempo después saltó la polémica de Weinstein, se organizó el movimiento Me Too y La buena esposa, cuyo discurso encajaba como un guante en la narrativa de esa ola femenina y feminista, perdió la oportunidad de ser parte importante de un fenómeno global. Frances McDormand y sus anuncios, otra veterana, se llevaron el gato al agua. Y punto y seguido.
Esta es la crónica oficial de Close, La buena esposa y Hollywood. Datos puramente objetivos. Porque, aunque sigamos la temporada de los Óscar con detenimiento, incluso con pasión, somos conscientes que subir al escenario del Dolby Theatre obedece a múltiples factores. Tantos que a veces el simple hecho de haber realizado un buen trabajo no es suficiente. Hay que estar en el instante exacto con la película exacta ante la audiencia exacta. O bien que alguien haga creer a otro alguien que "x" persona está en el momento preciso de su carrera como para merecer el premio y que la campaña de promoción surta efecto. Eso... y estar dispuesto a ser fotografiado, preguntado, invitado y nominado hasta la saciedad. Algo tan complejo que es normal que muchos artistas decidan ir por libre, seguir con su día a día y no "pasar por el aro" de las exigencias del Óscar. Recordemos a Wes Anderson, que se ausentó de todos los saraos que pudo en el invierno de El gran hotel Budapest. O todo lo contrario: Isabelle Huppert, a la que probablemente el Óscar le importe más bien poco, decidió endulzar su apariencia de diva francesa altiva para que los norteamericanos la consideraran por Elle, una película que se hubiera comido los mocos con el Me Too a cuestas. No decimos esto con ánimo de criticar al envoltorio del Óscar: de nuevo, es pura hemeroteca. Evidenciar lo que pasó para adivinar lo que puede suceder este febrero, ya de 2019.
A mediados de los 90, cualquier papel importante en la meca del cine pasaba en primer lugar por el buzón de Jodie Foster. Hubo unos años en los que el influjo de El silencio de los corderos hizo que Foster estuviera mejor consideraba que sus compañeras de oficio, un estatus que le permitió acceder al personaje "oscarizable" que le viniese en gana. En 1994 protagonizó Nell, y no tuvo reparos en confesar en entrevistas de la época que para ella era el mejor papel femenino del año. Curiosamente, Foster no ganó el Óscar, pero su opinión quedó de alguna manera validada por la Academia: el oro fue para la Jessica Lange de Las cosas que nunca mueren, una película de principios de década que tuvo que retrasar su lanzamiento cuando Orion Pictures entró en bancarrota... tras ganar el Óscar por El silencio de los corderos y despedirse de la mano de El pequeño Tate y Shadows and Fog, todas con Foster al frente. Bonita ironía. Prueba evidente de que los Óscar no son una ciencia exacta, pero tampoco enteramente azarosos. No es casual que la Halle Berry de Monster's Ball ganara justo cuando Sissy Spacek se cansó de promocionar En la habitación: en esa edición, Close era la narradora de la ceremonia en su emisión para la ABC. O que Julie Christie claudicara ante Marion Cotillard porque decidiera no vender Lejos de ella en los Estados Unidos: por ese entonces Close optó por la estabilidad económica de la serie Daños y prejuicios y ganó el Globo de oro. Actrices, además, que por veteranía y generación guardan claros vínculos con Glenn Close.
Todo esto nos lleva al presente. Porque... ¿qué ocurrirá con Close este año? Es difícil saberlo. Aunque cabe la posibilidad de que algún listillo de Los Ángeles ya conozca la respuesta. Sólo sé que, siendo uno de los pocos afortunados que vio La buena esposa en Donostia, estamos ante una película meritoria pero no excelente, con una interpretación meritoria que tal vez tampoco merezca pasar a mayores. Para el caso, poco importa: Close estará o no en el quinteto de candidatas según las prioridades de Hollywood. Puede que Close piense que el premio le puede venir bien en la recta final de su carrera y se entregue en cuerpo y alma a ello. Puede que pase olímpicamente del tema. Puede que la Academia necesite apelar a su nombre para compensar la candidatura de Lady Gaga, cuestionada por los cinéfilos de la vieja escuela antes incluso de saber realmente el valor de su interpretación. Puede que el Me Too pase a mejor vida o que siga en plena forma. El tiempo dirá. Pero... qué lástima que un supuesto Óscar para una actriz de la talla de Glenn Close resulte tan cuestionable por tantos asuntos ajenos a lo cinematográfico. Entreguémonos a una de las comidillas de la temporada: ya hablaremos del cuarto Óscar de Meryl Streep o de la resurrección de otra actriz olvidada aunque omnipresente en el futuro. Como siempre, todo tan espontáneo que sólo puede ser calculado al milímetro.
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