Hoy en Cinoscar & Rarities iniciamos un conjunto de textos de opinión sobre la temporada de premios. La idea no es contar las últimas noticias de los festivales o de la cartelera (tanto en el blog como en el podcast ya nos ocupamos ampliamente de ello), sino dar un punto de vista personal, sincero y analítico a cuestiones de actualidad. Siempre, con la mayor brevedad posible.
Empezamos por el principio. En nuestro caso, hablando de tráilers. Porque, si lo pensamos, el primer contacto que tenemos con las películas viene de la mano de los tráilers. Las distribuidoras montan con mucha astucia los pocos segundos de esos avances para llamar la atención del mayor público posible. Tal es la importancia de los tráilers que ahora Youtube nos ofrece "el tráiler del tráiler", con resúmenes efectistas nada más empezar la reproducción para que sigamos pegados a cada vídeo. También se ha inventado el concepto de teaser tráiler. Ciertos clips o escenas se filtran con la intención de ser nuevos tráilers encubiertos. Incluso algunos medios "oficiales", ya no digamos los blogs, llenan infinitas líneas de píxeles (la tinta pasó a mejor vida) hablando de ellos, minutándolos, estudiándolos con un fanatismo frívolo que muchos confunden con "oficio", criticando aquello de "no muestra nada" o "cuenta la película entera", intentando analizar el hype de unos y las palabras destroyers de otros. Hablar de cine sin el cine. O mejor: demostrando que el envoltorio que rodea al cine es tan complejo que éste puede existir sin necesidad de asociarse a aquello que le dio razón de ser.
Hace unas dos décadas, los tráilers eran un pequeño acontecimiento, básicamente porque había pocos contextos para acceder a ellos (seguro que más de uno se acuerda de los VHS y DVD con avances de los filmes más esperados que lanzaban muchas publicaciones especializadas impresas a modo de suplemento). En 2018 todo es diferente. O sea: inmediato. Y eso, paradójicamente, ha dado nueva vida al culto de los tráilers. Twitter, por ejemplo, ofrece la posibilidad de convertirse en hashtag al instante (a veces, recordémoslo, pagado por los mandamases de la industria), concentrar al llamado fanbase y crear un diálogo entorno a la película. El boca a oreja que antes empezaba a la salida de las salas ahora se adelanta y se concentra en ese patio de vecinas que es la red social del pájaro azul. Suena triste, pero todo esto es coherente con nuestros tiempos: los tráilers nos permiten "consumir" las películas sin verlas y tener titulares constantes que comentar. Ya se sabe: lo queremos "todo" y "ahora", y qué mejor placebo que un tráiler con efectos sonoros y escenas "what the fuck" para amenizar la espera del estreno.
Os confieso que nunca me han interesado los tráilers. Si puedo, ni los visiono: prefiero llegar a la sala con la menor información posible, sea textual o visual. Aunque es imposible vivir de espaldas a ellos, más si cabe con El podcast de Cinoscar & Rarities, que tiene una sección llamada "El tráiler del mes" (los contenidos de un medio nunca los deciden sus responsables directos, sino que responden a las demandas de quien lee o escucha). En el fondo, con ese espacio y con este texto no hago más que corroborar la importancia de los tráilers como generadores y deformadores de cultura. Por eso querría culminar mi escepticismo con un tráiler que me reconciliado con los tráilers: me refiero al avance de If Beale Street Could Talk, lo nuevo de Barry Jenkins. Son dos minutos de montaje primoroso, llenos de atmósfera, de una belleza sorprendente. Un vídeo que demuestra que los tráilers pueden ser por sí mismos obras de arte y no únicamente reclamos publicitarios. Que justifican ampliamente una proyección en pantalla grande o un trending topic. Que dan un sonoro bofetón a todas esas bocas que proclaman la muerte del cine. Que perfectamente valdrían un Óscar al mejor tráiler si, de seguir con los pies en la tierra, se valoraran las piezas audiovisuales por su valía y no por el número de visionados. Y ya que estamos: ¿hay alguien que escriba el plural "tráileres"?
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