jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS MUNDOS DE CORALINE 6'5 / 10

En un tiempo en el que todas las películas de animación se revisten de trascendencia, se agradece que Selik haya diseñado su nueva propuesta como un divertimento sin más, tan absorbente como esquizoide, túnel de luces y tétricas siluetas. Los mundos de Coraline prefiere contar una historia a diseñar la trama en función de un mensaje mayor. La fórmula es perfecta porque, bajo el influjo terrorífico de su consabido estilo, anida una interesante reflexión sobre la niñez, la pérdida de la inocencia y la necesidad de mantenerse unidos ante todo tipo de vicisitudes. Helik ha rebobinado tantas veces la película en su cabeza y se ha esmerado tanto en el proceso de rodaje que el visionado del film, un todo coherente que no para, marcha sobre ruedas. Aquí no hay tiempos muertos; no hay descansos para pensar, pero sí muchos momentos para disfrutar de la inventiva de un autor único. Gustará más o menos, pero esta Coraline actúa honesta, sincera, directa. Nada que ver con los manidos mensajes de la endiosada Pixar.


El apunte más notable es aclarar que Los mundos de Coraline supera con creces lo visto en Pesadilla antes de Navidad. Lo nuevo de Selik, seguramente por las mejoras técnicas, tiene más brío y brillo, su narrativa es impredecible y el viaje, como resultado, es más exótico e intenso. Los mundos de Selik, oníricos y al principio antitéticos, llegan a su cúspide en un final cerrado en el que todo obtiene su símbolo y cada parte del puzzle encuentra su sitio dentro del mural. El gran pero reside en la propia estética, tan barroca que llega a saturar al espectador y a difuminar el propio cuento. Pese a todo, poco o nada se le puede reprochar a una película tan trabajada y vistosa. Merece nominación al Oscar.