miércoles, 9 de octubre de 2013

Crítica de HELI, de Amat Escalante

Un marco como el Festival de San Sebastián no sólo sirve para ver películas sino para darse cuenta de ciertas constantes en el cine de nueva factura. Una de las conclusiones que dejaron los visionados en Donosti es que estamos ante una nueva juventud del cine mexicano. Con Iñárritu, Del Toro y Cuarón consagrados (Gravity fue de alguna manera el film del festival), no es casualidad que Después de Lucía de Michel Franco ganase el premio Un Certain Regard el año pasado o que el premio en Cannes al mejor director haya ido a parar dos años consecutivos a dos autores mexicanos. San Sebastián tampoco escapó en su sección oficial a esa tendencia: Fernando Eimbcke fue premiado por Club Sándwich. De todos estos hitos, Heli es seguramente el título más representativo, cuanto menos el que mayor impacto ha tenido en todo el mundo tras su paso por Cannes y Moscú, así como su reciente elección como candidata mexicana a la próxima criba del Oscar a la mejor película de habla no inglesa.


Amat Escalante se ha ganado a pulso ese lugar de honor porque su tercera película es una de esas historias que no se olvidan con facilidad y que torpedean la memoria quieras o no. Un retrato lapidario de los desiertos que rodean el D. F. y que son escenarios sin ley, con narcotraficantes campando a sus anchas, policías y gobernadores tan saturados de expedientes delictivos como inoperantes, casas destartaladas al lado de fábricas y jóvenes que llevan vidas de adultos y que incurren en los mismos errores que sus mayores. Heli es ante todo una película de vocación social que no debe pasar por una concatenación de planos desagradables. Escalante cuenta vidas y espacios que existen, y en pantalla eso se expresa con un western sucio en el que es difícil determinar quién es el verdugo y quién es la víctima, cómo se llegó a esa situación de total desamparo y cómo se puede poner fin a toda la espiral de infelicidad y violencia. Escalante, desde el primer plano, nos sitúa a escasos centímetros del horror, y del susto inicial el film vuelve hacia atrás para explicarnos qué sucedió días antes con Heli, un joven obrero, su pareja, su hermana pequeña y el novio aspirante a militar de ésta. Antes o después del flashback, todo lo que contiene Heli resulta duro e inexplicable, desde las insoportables torturas contempladas por niños que juegan a la videoconsola al lapidario plano final, que abre la película a un precipicio sin fin en el que el drama desgraciadamente prevalece, se consolida y se vuelve cíclico (la desdicha crea más desgracia y es imposible escapar de un destino marcado en negro de antemano). Cuesta calibrar hasta qué punto una película como Heli, tan impúdica y dolorosa, capaz de abrir tantas ampollas y de escocer a tantos estamentos y niveles, puede abrir la senda de un cambio social en su país de origen, pero Escalante, gracias a la rotundidad de su historia y a un estilo notable con el que tiñe de suciedad sus fotogramas, ha conseguido sin duda una nueva victoria para el cine mexicano, quién sabe si más avanzado que la propia sociedad que retrata. No nos habíamos retorcido tanto en una butaca de cine desde Kinatay de Brillante Mendoza. Cine de efectos pesadillescos. Un logro.


Para saber cómo se vive en las puertas del infierno.
Lo mejor: Deja una huella honda en el espectador.
Lo peor: Algunos la verán como una suma rocambolesca sin más.

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Nota: 8

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