AMAT, de Álvaro Casalino: La mejor obra de su creador es una biografía atípica, potente y muy original. Es densa, pero sabe esquivar clichés y escenas fáciles. Una grata sorpresa.
MEJOR ME VOY, de Mariano Masci: Simplemente me encanta. La mejor obra de misterio de todas las ediciones hasta la fecha. Demuestra que menos siempre es más. Masci apunta a autor de culto.
SUEÑOS ROTOS, de Albertaco: Se ha retratado el 11-S desde la muerte, pero Sueños rotos se centra en la vida. Delicada, plural y escrita con respeto y cariño. Ojalá Albertaco opte por primera vez al premio gordo.
NINFA, de José Barriga: Barroca, teatral, excesiva, asfixiante, fría a la par que enigmática y absorbente. Es la obra más contundente del festival. Quema... quizás demasiado.
ERNESTO, de Juan Bagliani: Obra corta, con pocas pretensiones. Sencilla y directa, Juan se inicia en el festival con una obra que sirve como promesa de otras tantas. Estimable.
EL LOBO BLANCO y EL LEÓN Y EL ÁGUILA, de Álvaro Casalino: Juego de géneros para unos cuentos que hereda la estética y la esencia del thriller, la fábula o el western. Su único handicap: Amat es demasiado buena.
INOCENTE ATARDECER, de Jorge Celaya: Bien escrita, narrada con la cabeza y con el corazón. De este devastador incendio sobresalen unas Barraza y Winslet de Oscar. Le deseo mucha suerte.
EL ARTE DE NO VER, de Mariano Masci: Tierno retrato de una familia normal. Cercana, sin sucesos extraordinarios. Nada sobra y nada falta. Ese es el arte de El arte de no ver.
TIERRA DE PLACEBOS, de José Barriga: Título lynchiano en un rompecabezas surreal y entretenido. Las imágenes que evoca tienen una fuerza increíble. Genial Amalric.
Y mis nominadas son:
¡Suerte a todos!