Nunca me gustó la historia. Nunca supe estudiarla en el instituto: la empollaba y la olvidaba. Ahora que están tan de moda las novelas de trasfondo histórico, juro no haber leido ninguna de ellas: todo lo que implique un mínimo conocimiento de un contexto histórico concreto más allá de las cuatro ideas básicas que todo el mundo tiene en mente me aburre. Pero si aprobé los exámenes del colegio fue porque enfocaba la Historia en mayúscula desde la historia en minúscula; o lo que es lo mismo, creaba en mi mente personajes que iban a unas batallas, mantenían ciertos lazos con otros personajes, firmaban tratados, conquistaban tierras, y al final morían. Entendí la historia como una película, un recurso memorístico poco recomendable según los entendidos pero muy eficaz para un adolescente con imaginación. Incluso cuando en un mismo tema se juntaban varios nombres de reyes y personalidades, un lío monumental si entre unos y otros sólo mediaban un par de años o alguna sigla de más en el nombre, imaginaba a los monarcas con las caras de uno u otro actor. Así que ya se pueden imaginar mi poco interés por productos televisivos como Los Tudor, que, eso sí, suponen un alivio para todo aquel que no entiende de historia. Es muy fácil ficcionar a partir de la realidad, servirse de los avances técnicos e interpretar lo que ocurrió al antojo del guionista. Pero personalmente defiendo la libre adaptación, y aplaudo que productos como Los Tudor acerquen la historia de forma fácil y amena. Ahora hablar de Enrique VIII, en mi cabeza, supone recordar la cara de Jonathan Rhys Meyers. Como ocurría en mis no tan lejanos tiempos de instituto. Lo visual vuelve a imponerse al tedio de un libro de texto.
Pese a todo, hay que ver Los Tudor con cierto criterio. Muchos espectadores piensan que lo que ven en pantalla va a misa y eso es un error monumental. Por citar dos ejemplos populares, ni Apocalypto es un fiel retrato de la cultura maya ni El nombre de la rosa una película libre de errores historiográficos. Pero eso no invalida que esos títulos sean interesantes, incluso imprescindibles. Algo parecido sucede con Los Tudor: hay que entender que los creadores de la serie han utilizado la vida de Enrique VIII según sus intereses, con tal de que quedasen cuatro temporadas con cierta unidad. El cometido es uno: tomar la persona y crear a partir de ésta un personaje. Parece un argumento muy básico, pero no lo es: pregunten en la puerta de algún instituto y verán que muchos creen saberlo todo de cierto período histórico porque vieron Alatriste o la serie de Los Borgia. Las ficciones nunca sustituyen el trabajo de investigación y recopilación de los historiadores. Aunque en relación a esto siempre me pregunté lo mismo: ¿qué es en verdad la historia? ¿más que historia, no nos han llegado hasta nuestros días publicaciones, interpretaciones de la historia? ¿cuando un texto tiene un narrador y un punto de vista no pasa a ser subjetivo? ¿no se manipulan constantemente hechos para convertirlos en sucesos, y con esto crear mentiras, hipótesis? Y si esto es cierto, ¿podemos llegar a saber verdaderamente quién fue Enrique VIII? Mi respuesta es no, y eso da todavía más valor a un producto como Los Tudor: agradezco que me presenten la historia como un plato apetitoso, aunque ya venga masticado, aunque su gusto venga alterado de fábrica, aunque de Historia tenga en el fondo más bien poco.
Los Tudor nació en 2007, mucho antes de que la moda televisiva volviese a los libros de historia con títulos como Los pilares de la Tierra o incluso Juego de Tronos. Tiene el mérito de no ser norteamericana, algo importante para entender los riesgos que toma la serie en cuanto a escenas eróticas o momentos más sanguinarios de lo habitual (se emitió en el canal Showtime). Durante su andadura, nunca perdió ni la exquisitez de una producción de época (parece un anacronismo, pero el espectador puede y debe disfrutar de unos buenos decorados, maquillaje y vestuario), ni las buenas interpretaciones de su reparto (tanto los actores 'fijos' como los que intervienen en pocos capítulos o algún cameo), ni la calidad de los guiones, que en su versión original parecen incluso tener rima. También hay que agradecer que la serie no sea del todo complaciente con el protagonista (ya sabemos cómo se las gastan los británicos, tan pomposos a la hora de retratar 'su historia'). Y lo más importante: realmente sus 38 episodios forman unidades pequeñas (marcadas sobre todo por la entrada y salida en escena de las 6 mujeres del monarca) que nunca pierden de vista su idea de conjunto (realmente Enrique VIII vive a lo largo de la serie una evolución física y psíquica: del joven impetuoso que perdía el aliento por Ana Bolena al viejo loco que buscaba esposa para asegurarse una vejez tranquila). Vaya, que Los Tudor es todo lo larga o corta que debe, certera en todo lo que cuenta, muy medida en sus tiempos. En pocas palabras: una buena serie de televisión.
Dije que la historia no me gustaba y no voy a contradecirme. Los Tudor tiene momentos que son más bien aburridos, pero vistos con perspectiva pueden interpretarse como tramas de transición para llegar a escenas más interesantes. En líneas generales, la serie empieza con una correcta primera temporada, luego remonta en una excelente segunda tanda de capítulos gracias al personaje de Ana Bolena, la tercera parte es claramente la más sosa de todas, y el final supone un broche de oro precioso que concentra todo lo mejor de la serie: un poco de sexo, una ración de batallas, conflictos religiosos, revueltas populares y conspiraciones palaciegas. Por extensión y variedad de registros, éste es el mejor trabajo de Rhys Meyers, que pasará a la 'historia' (otra vez la dichosa palabra) por el galán de Match Point (la emisión del último capítulo de la serie en La Uno coincidió con el '¿falso?' intento de suicidio del actor). En resumen, Los Tudor tiene sus luces y sus sombras, pero el balance general es muy positivo. Aunque la reflexión trivial que más se repite es eso de '¿cómo puede ser que alguien tan guapo como el señor Rhys Meyers dé vida a alguien tan malvado?'. Si les gusta 'la historia de la Historia', esta es su serie. Fiel a mi inadversión a la historia vi y disfruté de Los Tudor, pero también afirmo que nunca veré una serie de corte similar, por muy buena que sea (tardé en quedar prendado de Mad Men, y sigo haciéndome el remolón con Juego de Tronos). Así que Los Tudor (que, eso sí, no vería por segunda vez ni bajo pena de excomunión o amenaza de guillotina) tiene el honor de ser la excepción que confirma mi regla. ¡A sus órdenes, your Majesty!
Nota: 7
3 comentarios:
No podría estar más de acuerdo con el último párrafo: la serie la empecé a ver por Jonathan Rhys Meyers, al que le eché el ojo tras Match Point, y aunque me gustó no la volvería a ver, a veces se me hacía pesada cuando entraba en temas políticas, y desde luego es la primera y última serie histórica que veré, no me quedé con ganas de ver Los Borgia ni ninguna por el estilo.
Saludos!
Los Tudor fue una serie plagada de errores históricos. Para muestra con un botón basta: La hermana menor de Enrique XVIII no se casó con el rey de Portugal, como sugiere la serie, sino con el rey de Francia. Eso entre muuuuuuuuchos errores.
fe de errata: Enrique VIII
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