Los hombres pueden eructar en la gran pantalla y no pasa absolutamente nada. Las mujeres acompañan a sus parejas a ver Resacón en Las Vegas y otras comedias insufladas de testosterona. Las mujeres no quieren que se las traten como objetos decorativos y reivindican un prototipo diferente de comedia para ellas solitas. Eso debieron pensar los responsables de La boda de mi mejor amiga, que viene a ser lo mismo pero con un intercambio de patrones, parejas y sexos: aquí la mujer es la ruda, la que no se deja enamorar. ¡Pero cuidadín! No quiere casarse... pero se casa. O sea: se hace la romolona para llegar al altar. Pero llega. Y pisa fuerte. Y está a gusto. Definitivamente hay que desconfiar siempre de lo que dice la crítica norteamericana: La boda de mi mejor amiga no es la historia rompedora que nos habían vendido. Bien pensado, parece muy difícil rediseñar un género (la comedia), un subgénero (la romántica) e incluso un 'subsubgénero' (las bodas) cuyos patrones están más que claros: son reconocibles tanto para el productor que financia como para el público que paga la entrada. Se trata de ver lo mismo pero con ligeros cambios. En resumidas cuentas, La boda de mi mejor amiga falla más por contexto que por texto: sabemos la historia de cabo a rabo, de principio a fin, de 'pe' a 'pa', de la 'a' a la 'z'... y tomando un punto de partida y un destino fijo, a la película sólo le queda insertar pequeñas alteraciones en la hoja de ruta. ¿Qué diferencia esta de otras propuestas de trama y título similar? Seguramente el gancho de un guión más televisivo que cinematográfico (un piropo: mucho mejor una serie norteamericana de corte cómico que un film aparentemente divertido, ¿no les parece?). El problema es que la jugada llega a las dos horas y diez minutos, algo totalmente innecesario pese a sus pequeños momentos de aislada brillantez (la pelea de speeches, la partida de tennis, el momento en la tienda de ropa, el monólogo del avión o los intentos por captar la atención del policía). La boda de mi mejor amiga me anima a soltar una osadía puede que irresponsable: no se ha vuelto a hacer una comedia decente desde Very Bad Things (1998), un film que sí desmontaba el género (ahora sí: el de la comedia romántica nupcial) insertando ironía (blanda) y sarcasmo (crítico) al cliché tan norteamericano de 'y vivieron felices y comieron perdices'. Ahora bien: pido una nominación al Globo de oro para Kirsten Wiig: cuando se desata la película gana puntos y llega a recordarnos esa otra comedia yanki que de momento nadie se ha atrevido a hacer.
Nota: 6
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