Escribamos lo que escribamos sobre The Wind Rises, hay un hecho que marca cualquier lectura del film: estamos ante la última película del recién retirado Hayao Miyasaki, y la mirada cinéfila, sabedora del dato antes de visionar el film, queda directamente condicionada por toda la ristra de grandes obras, personajes y escenarios que el genio nipón ha creado, siempre con papel y lápiz, siempre desde su Japón natal y siempre con un inquebrantable amor por la infancia y la naturaleza. The Wind Rises, pudiendo resultar mejor o peor, más o menos interesante, comparable en mayor o menor grado a todas las cintas de la filmografía de Miyasaki, tiene de forma innegable el sello visual y el poso humano de su autor. La necesidad de disfrutar de los últimos fotogramas de Miyasaki, de saborear cada plano sabiendo que nunca volverá a repetirse una experiencia cinematográfica similar, se hizo palpable en el Festival de San Sebastián. Miyasaki es el único nombre que consigue que más de media sala reste sentado viendo los títulos de crédito y leyendo la traducción de una canción japonesa (en otros contextos esto sería 'cosa de frikis'). Y Miyasaki es el único que a la salida del auditorio consigue reunir tantas caras de sostenida felicidad, de melancolía solemne y de agradecimiento. Con The Wind Rises se pone un punto y final a gran parte del bagaje de cine de animación de varias generaciones de cinéfilos: imposible despegarse de este hecho aunque este broche de oro sea en sentido estricto un Miyasaki ligeramente deslucido. Poco importa: lo que queríamos es verla, y de la sesión salimos inevitablemente tan contentos como entristecidos.
El argumento de The Wind Rises se basa en el manga homónimo de Miyasaki y en la biografía de Jiro Horikoshi, el diseñador de uno de los prototipos de avión de combate que se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial. La naturaleza doble de la película se puede rastrear en la historia, que recorre de forma cronológica la vida de Jiro desde su niñez hasta su enlace con una joven enferma de tuberculosis. The Wind Rises contiene varias películas en una, y no todas convencen al mismo nivel. Una vez más, el mundo onírico de los deseos vuelve a ser el terreno más fértil y el volátil espacio donde Miyasaki se siente más a gusto. La lástima es que la relación amorosa del adulto Jiro no acaba de tener todo el desarrollo que querríamos, a la vez que el componente bélico del film queda descrito en términos ambigüos: al fin y al cabo, el protagonista diseña aviones por amor a sus diseños y para culminar el sueño nunca realizado de poder volar, pero al mismo tiempo está dando forma a máquinas de matar. The Wind Rises, por ello, convence más en su componente humano (la belleza del primer tramo, la sensibilidad de sus secundarios, la escueta pero reconfortante historia de amor final) que como descripción de una época de contienda (por otra parte, eterna obsesión de Miyasaki). Aun siendo un viaje menos estimulante que las recientes El viaje de Chihiro, El castillo ambulante y Ponyo en el acantilado, hay mucho que aprender y muchas cosas disfrutables en The Wind Rises, en esencia una forma de entender el cine y la vida que muere con Miyasaki. El avión siempre surcará los aires gracias al dvd y a la memoria cinéfila. Una película imprescindible.
Para los que con Miyasaki volaron y quieren seguir volando hacia el infinito y más allá.
Lo mejor: Su primera media hora es puro oro.
Lo peor: Que es un punto final.
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Nota: 7
1 comentario:
Aquí tienes una fan de Miyazaki ^_^
siguiendo tu blog, te dejo el mio:
http://48fotogramas.blogspot.com.es/
Saludos!!
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