Había una vez un país en el que todo era tristeza y posguerra. Sus ciudadanos escapaban de vez en cuando de su rutina yendo a las sesiones continuas de las cines de barrio, disfrutando de películas de vaqueros y largos melodramas de textura ámbar. De esa fascinación por lo que salía en la gran pantalla nacieron diferentes generaciones de cineastas y muchos intrépidos que quisieron hacer de su familia una especie de gran clan imitando la trama de Siete novias para siete hermanos. Y cuando todo funcionaba más o menos bien, cuando los tiempos oscuros parecían cosa del pasado, la sombra de la crisis planeó con toda su dureza, y entonces se nos volvió a quebrar la risa, la siesta, el desparpajo y todos esos clichés asociados a nuestra tierra mediterránea. El cine, de capa caída por la ignorancia del gobierno y el desapego sentimental de la audiencia, dejó de ser en ese nuevo contexto una posibilidad para escapar de la realidad. Por 'suerte', el fútbol sirvió de acicate, al menos durante una noche, para creernos ganadores de algo: la llamada 'Roja' se alzó con la copa de 'x' mundial, y por un momento se oyeron cánticos de alegría, gente votando en las calles y banderas hondeando por todos lados. Pero el final fue triste, y ahí nos hemos quedado, pendientes de escribir otro altibajo más en la larga historia de frustraciones hispánicas: la españolidad está tan ligada al fracaso que sólo se puede explicar desde el drama, aunque con necesarias gotas de comedia esperpéntica, ya sean ácidas o puramente evasivas, de clásicos como Berlanga o Bardem. Clásicos que tienen en el 2013 nuevos y dignísimos seguidores y reformuladores como Daniel Sánchez Arévalo.
Todo ello podría ser un resumen sui generis de La gran familia española, uno de los estrenos más potentes del año. La inserción del fútbol como marco donde se mueven todos los personajes eleva la trama a la categoría de estudio de la derrota, aquello que temen todos los miembros de esta familia cinematográfica y cinéfila. La gran familia española sale victoriosa: pocos ejemplos de la cinematografía local denotan tanta heterogeneidad de formas, tantos recursos cómicos bien aprovechados, tanta desenvoltura a la hora de describir a los personajes mediante fórmulas novedosas, influidas directamente por ciertas constantes del último cine indie estadounidense. Con todo, en el código genético de lo español existe una tendencia al exceso, error en el que tambien incurre el film de Sánchez Arévalo. En La gran familia española sobran muchas cosas. La principal: su tendencia al humor fragmentado, a la disposición de escenas cual gags o cortometrajes insertados dentro de una trama mayor, a la experimentación de recursos cómicos que yuxtapuestos no resultan tan frescos como pretendían ser. Aunque Arévalo echa toda la carne en el asador, la geometría de la historia va en contra de sus intereses. Y en este sentido, este es un dato coyuntural a muchos de los nuevos nombres de esa nueva comedia española, cuya relación con lo nerd, lo mediático y el microrelato los ha alejado de la concreción que requiere una película de hora y media. En La gran familia española hay mucho ingenio, pero su inteligencia está mal canalizada, y por ello condensa momento brillantes con otros menos lucidos y otros tantos directamente prescindibles. Arévalo sigue moviéndose mejor en el relato de pocos personajes y aligerado de trucos narrativos: de ahí que Azuloscurocasinegro y sobre todo Primos sigan siendo sus obras más importantes. Con todo, no hay duda de que La gran familia española es un paso hacia adelante y la confirmación de que Arévalo no sólo habla de lo que conoce sino que lo hace con un estilo enteramente personal. Con el añadido, además, de que La gran familia española, salvando las distancias, puede considerarse una modernización de esos planos secuencia repletos de personajes y diálogos cruzados que elaboraba el maestro Berlanga. Solo le ponemos una pega: no lleva al espectador a la carcajada, y por eso el visionado no consigue la catarsis colectiva que logró, aunque de forma fugaz, ese ya mítico partido de fútbol.
Para demostrar que la(s) historia(s) siempre se repite(n).
Lo mejor: Es un compendio de muchas de las cosas buenas de nuestro cine.
Lo peor: Muchos preferimos historias más homogéneas.
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Nota: 6'5
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