El cineasta Bahman Ghobadi es uno de los pocos autores que ha ganado dos veces consecutivas la Concha de oro a la mejor película del Festival de San Sebastián: las logró con Las tortugas también vuelan y Media luna, dos películas muy interesantes, humanistas y complejas, si bien el mérito también se debió a cierta tendencia festivalera todavía vigente de galardonar un cine exótico a la par que comprometido (decisión, ni qué decirlo, no siempre acertada que suele afectar especialmente a los palmarés del certamen vasco). Nadie sabe nada de gatos persas, premiada en Cannes, obligó a Ghobadi a huir de Irán y a exiliarse, en lo personal y en lo artístico, a la vecina Turquía, desde donde ideó Rhino Season, el film que nos ocupa. Rhino Season también estuvo en Donosti, pero para aquel entonces Ghobadi ya no era el mismo. En el film puede intuirse el sufrimiento y la rabia del autor a partir de la historia de Sahel Farzan, un poeta kurdo aprisionado injustamente durante la revolución iraní cuya familia lo creyó muerto durante más de tres décadas. Ghobadi establece por primera vez un puente entre las imágenes y su propia persona, mientras que hasta la fecha sus estampas acogían lo simbólico para levantar desde lo humano la bandera de la denuncia social. Rhino Season, en definitiva, se rige por otras intenciones, sigue otro estilo y elabora un discurso totalmente diferente al que Ghobadi nos tenía acostumbrados. Por desgracia, el film es una confusa concatenación de fotogramas decembrinos, cielos ámbar que recuerdan el cine estático de Bilge Ceylan y poemas narrados en voz en off que pretenden aportar un dramatismo que no termina de funcionar. Rhino Season, embotada por las vivencias personales y por el homenaje a la figura de Farzan (y con ella a la de todos los presos políticos), ni tiene personajes ni concreta sus intenciones: no se sabe si Ghobadi quiere contarnos la culpabilidad del verdugo, el dolor de la víctima, la desazón de la 'viuda', el peso del pasado en un presente poco alentador o la afectación de todo ello al rico imaginario del poeta, representado con imágenes surrealistas peligrosamente cercanas a los fotogramas inconexos de un videoaficionado. Rhino Season es una de esas películas en cuyo corazón se intuye la negrura más absoluta, la desolación en grado máximo, un dolor tan punzante que sólo se puede expresar mediante gritos ahogados, con sombras antes que con cuerpos, con sensaciones y no con hechos. El problema es que Ghobadi ni tan siquiera nos permite asomarnos a todo ese mundo, y Rhino Season, que debería invocar nuestra furia y afectar a nuestra sensibilidad (aquello que lograban sus anteriores largometrajes), acaba por resultar la locura de un cineasta sumido en un estado de confusión y depresión. Rhino Season, en resumen, es un Ghobadi con forma pero sin semántica, perdido en todos los sentidos; y es una lástima, no solo por esa tercera Concha que no fue, sino porque los temas que quería tratar Ghobadi merecían un alegato cinematográfico de primera categoría.
Para exploradores del dolor que esconden los libros de Historia.
Lo mejor: El rostro sufriente de Bellucci.
Lo peor: La inconsistencia de todo el conjunto.
Nota: 4'5
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