viernes, 4 de enero de 2013

Crítica de LINCOLN, de Steven Spielberg


A estas alturas una película como Lincoln no debería sorprendernos. Primero, porque sabemos cómo se las gasta Spielberg y qué tipo de cine frecuenta desde tiempos casi inmemoriables: cine grandilocuente que apela a los sentimientos, con un aparato técnico que realza no siempre de la forma más sutil los diálogos, las partes y las escenas con una carga dramática más acentuada. Y en segundo lugar, porque Spielberg se mueve en una liga inalcanzable de grandes autores, y porque cada cierto tiempo el mismo Spielberg se ve en la obligación de revalidar su título - ya no de rey Midas arrasataquillas, sino de cineasta con todas las de la ley - con propuestas más serias, más introvertidas, más impopulares pero a la larga las que más lustre y premios dan, y por lo tanto las que dan sentido y realzan toda una carrera consagrada a entretener a pequeños y grandes. Fruto de este bagaje, lo peor que se puede decir de Lincoln es que es una película muy autoconsciente, tanto del material de partida como del producto que ha resultado. Esa falta de espontaneidad y su exceso de academicismo lo hemos podido comprobar antes incluso de visionar el film. Nada mejor que recordar que el propio Spielberg retrasó la proyección de su obra para no coincidir con las elecciones presidenciales, o dicho de otra manera, para que nadie entendiese o malentendiese el relato histórico y político que propone el film en otros términos que no fuesen los estrictamente cinematográficos. Una cuestión que solo podría suceder en Estados Unidos, un país que de cualquier nimiedad monta un circo. Una naturaleza muy presente en cada fotograma de Lincoln, a la que no cuesta definir como una 'americanada' de tomo y lomo. Porque, pensemos: ¿a quién le puede interesar en pleno siglo 2012 los vericuetos, las tensiones internas y los movimientos que acabaron dando la redacción y aprobación de la famosa decimotercera enmienda, que selló el fin de la esclavitud en suelo yanki? O mejor: ¿qué otra cosa puede aportar Lincoln, no ya al cine contemporáneo como a la propia cinematografía de Spielberg, sino más medallas que sumar a su palmarés?


Lincoln, por todo esto, empieza como una película nada atractiva, engolada, auspiciada bajo un despliegue de medios y de grandes actores tan denso como difícil de poner en duda. La diferencia que eleva Lincoln a título de Oscar, no solo porque la película reclama ese honor a cada plano sino porque realmente lo merece, es que la magia, la mano curtida de Spielberg, hace acto de presencia. Y nos embauca. Así que por muy anacrónica, espesa, patriótica, manipuladora y manida que sea Lincoln, sus 145 minutos, que no son pocos, acaban convenciendo por la rotundidad propia del cine milimetrado, mimado hasta la extenuación, pensado hasta decir basta. Hacia Lincoln es fácil mantener una relación de amor-odio: sus diálogos se enmarañan sin razón, y al mismo tiempo su constitución intrincada da al film la entidad de juego, casi de reto intelectual que uno ve con suma atención, disfrutando de cada momento, apreciando cada uno de sus grandes interiores y vestidos, así como de las portentosas aportaciones de Day-Lewis, Lee Jones y Field entre otros. Una de esas películas mayestáticas hacia las que uno parece que debe rendir como mínimo respeto, por la solemnidad de sus formas y por la importancia del tema tratado. Unos dirán que Spielberg bien hubiera podido acometer la figura de Lincoln desde el documental, y no les faltará razón. Unos dirán que el film cuenta poco sirviéndose de mucho celuloide, y de nuevo habrá que claudicar. Pero Lincoln es cine, aunque maquille la historia en mayúsculas a favor suyo. Aunque fotografía e iluminación se compinchen para beneficiar a un impecable Day-Lewis, y de paso divinizar al presidente que da vida. Cine que deja mudo, que impresiona, que impone en las distancias cortas. Cine que no cuesta poner en el saco de 'lo importante', como sucedía con Gandhi o El último emperador. Y no citamos películas ganadoras del Oscar porque sí. Lincoln es una película de Oscar. Aunque cuando toque hacer balance nadie la incluya en su lista de preferencias. Así que no se extrañen si a pesar de los pesares Lincoln acaba llevándose el gato al agua de la vigente temporada de premios. Y que lo haga encima de forma totalmente justificada, incluso justa. Vaya, que Lincoln es una gran película, 'aunque duela'. Por lo pronto, deseo volverla a ver, a poder ser en pantalla grande, para seguir forjando mi relación contradictoria con la que ya es una de las películas del 2013.


Para historiadores y amantes del pasado
Lo mejor: La potencia de su basto elenco.
Lo peor: Que sea un film de manual, metódico y simplemente correcto, tanto en fondo como en forma.

Nota: 8

4 comentarios:

Unknown dijo...

Yo que soy gran admirador del trabajo de Spielberg, tenia ganas de verla, pero tras tu reseña y tu nota desde luego que no me la pierdo!!.

Anónimo dijo...

Preguntas ¿A quién, en este siglo XXI le interesan los vericuetos que llevaron a la aprobación de la enmienda decimotercera?
RESPUESTA: A mí.
Así que en lo que pueda corro al cine a verla.
Gracias por la nota.

Roy dijo...

Veo que has puesto una buena nota, no me gusta leer reseñas antes de ver las películas, pero me pasaré por aquí en cuanto la pueda ver.

Saludos
Roy

manipulador de alimentos dijo...

Un gran personaje, en su faceta política y personal, pero demasiado charleta, en esta versión, un vara, sermoneador, y a ratos incluso un tanto lunático. Y todo en esa manera tan Spielberg, de resaltar emociones de forma descarada a través de la música, de abrazos del 'todosjuntosporfin', tan impositivo en sus sentimientos... Pero un personaje como Lincoln no puede producir una mala película y de estas tampoco Spielberg sabe hacerlas. Un saludo!