sábado, 26 de enero de 2013

Crítica de EL LADO BUENO DE LAS COSAS (SILVER LININGS PLAYBOOK), de David O. Russell

Hay películas que no quieres que se acaben. Hay películas que te dejan con ganas de más. Que te entretienen. Que te hacen feliz. Deseas que a los personajes todo les salga bien. Porque les entiendes. Y tras dos horas de complicidad en la sala oscura les llegas a apreciar. Hay películas a las que se les perdona el final feliz, los clichés que puedan subyacer a la historia o el histrionismo de sus intérpretes. Porque están bien hechas. Porque en ellas asoma la gran comedia hollywoodiense. Porque tienen la lógica del guion bien escrito y al mismo tiempo sus diálogos tienen la viveza de lo real, cuanto menos de lo plausible, de lo cercano. No será la primera ni la última vez que Hollywood nos cuente una historia de personajes inadaptados, de segundas oportunidades. De hecho muchas de las comedias de Oscar de los últimos años parten de esa premisa. Pero sí es una novedad que lo haga con tanta chispa. Con una Lawrence desatada con la que dan ganas de bailar hasta la extenuación. Con un Cooper que nunca estuvo tan guapo y tan sublime. Con un De Niro que revive por momentos el gran intérprete que siempre fue. Con una Weaver en cuya mirada vemos el sufrimiento y el amor de la madre prototípica de Norteamérica. Con un Russell de nuevo interesado en grandes frescos familiares con sus acordes y desacuerdos, esta vez llegando allí donde The Fighter ni logró asomarse: explorando las entrañas de un país y de unos tiempos modernos con gente corriente, de carne y hueso, llena de traumas y taras, de secretos, de manías, de miedos inconfesables. Amo las escenas en las que todos los personajes hablan, en los que la fotografía salta paranoica de objeto a objeto, en las que los protagonistas corren como si huyeran y al mismo tiempo se encontrasen. Me gusta que sea una comedia equilibrada, ni descaradamente romántica ni completamente intelectual. Me gusta que sea compleja y que todo transcurra con una sencillez apabullante. Y me gusta ver en Lawrence, futura ganadora del Oscar, la rabia y el desparpajo de las grandes intérpretes de los grandes vodeviles de antaño. Hay películas que son más importantes por lo que te hacen sentir que por lo que realmente son. Hay películas que uno solo puede reseñar en primera persona. No inventará nada y no llenará portadas, pero apetece verla en loop. El lado bueno de las cosas inspira buen rollo, consigue que salgamos del cine con una sonrisa de oreja a oreja. Y al volver a los problemas del día a día, su recuerdo invita a ver el vaso medio lleno. Eso es muy grande y muy necesario. Desde ya, declaro mi amor a El lado bueno de las cosas. Cinematográficamente puede que solo merezca un cinco, la nota que los protagonistas buscan en ese baile ya antológico. Personalmente merece mucho más. Respiren hondo, vayan a la sala y disfruten del sabor de esta píldora vitamínica de cine, vida y optimismo. Ver el lado bueno de las cosas es un lema y la película es una celebración. Un placer culpable. Un vicio. Queridos Weinstein: son la repera, y si vuelven a dar el campanazo el próximo 24 de febrero no quedará otra que aplaudir el film good feeling del 2013.


Para los que van al cine para recargar las pilas
Lo mejor: Es humana y no cae ni en la evidencia ni en la complacencia.
Lo peor: Que no se me ocurre nada para escribir aquí.

Nota: 8