Baltasar Kormákur es el único director islandés que ha trabajado en Estados Unidos y que ha conseguido en el país de las oportunidades un número uno de taquilla, mérito que cotiza a la baja desde hace mucho. Kormákur, también actor, protagonizó en su día un noir nórdico llamado Reykjavík-Rotterdam, thriller bastante irregular sobre un padre de familia que transporta alcohol de contrabando para salvar a los suyos. Kormákur, que ya trabajó en Estados Unidos con Inhale, ahora dirige un remake del film que le dió indirectamente la llave de Hollywood. Contraband sigue detalle a detalle la trama del anterior film, no con el tino de un maestro del contrabando, mucho menos con la maña del prestidigitador que quiere ofrecernos una copia falsa de algo original. Para empezar Reykjavík-Rotterdam era un film claramente mejorable y exportable, algo de lo que da fe la realización y el estreno del título que nos ocupa. Para más señas, Contraband, en lugar de ser un trámite para dignificar y mejorar el material existente, funciona únicamente como traslación de una misma historia (eso sí: calcada con suma precisión) rodada, he aquí el cambio, según las formas americanas: montaje acelerado, escenas de acción descacharrantes y pésimo sentido del ritmo más allá de la equivocada aspiración de sumar más tiros, sangre y adrenalina fotograma tras fotograma. Y si todo esto ya sería suficiente para coger al ladrón con las manos en la masa Contraband se desvela una película de moral distraída, porque en el fondo no hay dos copias iguales: el final del remake parece premiar al personaje subrayando su condición de salvador o patriarca en detrimento de esos pequeños recovecos de guión que apuntaban a un antihéroe más complejo. Vaya, que la película pretende que nos caiga simpático un tipejo de lo más despreciable que, para colmo, comete delitos a tutiplén sin recibir ningún tipo de sanción. Contraband puede convencer con el bol de palomitas hasta arriba y si se desconoce la cinta primigenia, descripción de la que queda totalmente fuera este blog. El problema es que tras la acción se encuentra la nada, porque el espectador que sume dos y dos sabrá ver los faroles que se marcan sus responsables. El contrabando cinematográfico nunca trae cosas buenas, aunque muchos prefieren que les den gato por liebre siempre que la película les mantenga distraídos durante casi dos horas. Sea como sea, Contraband dista muchísimo de ser un golpe perfecto: hasta para engañar hay que saber, y la película es, además de aparatosa, torpe.
Nota: 4
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