
Al igual que estos pescadores japoneses, el espectador tiene la sensación de que no sabe qué acaba de ver, no puede encontrar un sentido a un conjunto perfectamente resumible en unas cuantas frases. Pese a todo, el mapa de Coixet triunfa por sus formas lánguidas, por formar parte de una colección cada vez más vasta e interesante encabezada por Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras. Mapa de los sonidos de Tokio es previsible, de historia fácil y de hermetismo un tanto desquiciante, incluso se le podría reprochar un primer tramo bastante lento; y, pese a todo, crea inolvidables momentos de intimidad, remite a lo sensorial y vuelve a involucrarnos en una historia de amor que, aunque discutible e imposible, está cargada de belleza. Los símbolos afloran en el mapa y la sensación de que la fórmula Coixet se ha vuelto a repetir, aunque con ciertos desajustes, es intachable.

A Coixet no se le puede negar una coherencia temática y estilística. Poco a poco, la catalana ha venido a suplir la falta de romanticismo que existe en el cine actual, creando un amor a medio camino entre lo real, lo mágico y lo folletinesco. Todas sus historias tienen algo de forzado: alguna tara existencial, alguna enfermedad que se esconde en silencio (en este caso, la chica que se suicida en el baño) y algún reencuentro casual que luego el espectador retendrá como súmmum de una relación extrema, preciosa. Kar-Wai, Murakami e incluso Iñárritu se agolpan y mezclan en el mapa, al igual que el curioso narrador de siempre, la obsesión por las luces de neón y las sombras, el ritual de la comida y la coreografía del acto sexual. Coixet sabe que nos embelesa, que se ha convertido en una especie de Jane Austen o Corín Tellado del nuevo siglo, que tiene muchos fans y que cualquier proyecto suyo tiene unas dimensiones y repercusiones enormes. Mapa de los sonidos de Tokio muestra, por lo tanto, un estancamiento (la autora que recurre a los trucos de siempre, aunque convenciendo) y un adelanto (la autora que abraza las formas del cine negro para enriquecer su pócima amorosa). El traqueteo de un tren conocido. Un viaje, pese a todo, digno de realizar.

Poco o nada debería contarse del argumento. Si Mapa de los sonidos de Tokio no tiene el impacto emocional de sus antecesoras es, en parte, gracias (pura ironía) a la cruel rutina de los medios de comunicación de adelantar partes importantes del film a modo de meros sinopsis. Sobre el papel, pasan muy pocas cosas y cada uno debe descubrirlas en el cine. Si se llega virgen a la sala, podrá disfrutarse de un teatral relato de personajes callados, ciudades llenas, existencias vacías y coleccionistas de sonidos. Excelente elección musical, algo habitual en su directora, mejor sonido (parte importante desde el propio título) e interesante uso de la fotografía, lenta o rítmica según el caso. Kikuchi y López resuelven su tarea con nota y se aceptan las trampas del argumento. Lo suficiente para que Coixet siga siendo una de las mejores autores de nuestro cine.
