MARCAR LA DIFERENCIA
Con sólo cuatro películas, el estadounidense James Gray ha logrado un estatus de autor reconocido, fiel a su cita con el Festival de Cannes y bien situado entre la prensa europea, un trato de favor que no goza en los EE. UU. donde sus películas reciben la etiqueta de ‘poco comerciales’. El caso de Gray parece la de la excepción que confirma una regla no descifrada porque sus películas no presentan ninguna novedad técnica o narrativa que las haga sobresalientes, al menos que las sitúe por encima de la vasta nómina de películas que nos llega cada año del continente americano. Nada explica qué ven los críticos en las cintas de Gray, persona que, recordemos, no destaca ni por su complejidad ni por su prolijidad. Su reivindicación vendría a ser palabrería de los analistas para defender un cine -el de gánsteres, mafiosos y tramas de corrupción- que ya no existe, o que no conoce tantos ni tan buenos títulos. Si Gray es efectivamente el sucesor, como mínimo el discípulo de Scorsese, una cinta como Two lovers, alejada del espacio pero no de los temas de Little Odesa, La otra cara del crimen y La noche es nuestra, nos obliga a replantear el por qué de esta rara fascinación por un autor sui generis. Two lovers parece ser la excepción de la excepción, enigma suficiente para reivindicar su estreno y visionado dos años después de su presentación en Cannes. ¿Por qué James Gray marca la diferencia?
LA FAMILIA COMO CONTEXTO
En el estilo de Gray prevalece un retrato familiar al de un retrato de acción pura (o sea, las tramas de persecuciones, disparos y otra parafernalia que guía los designios del gran Hollywood). Gray, en definitiva, parece explorar la institución familiar en un ambiente tarado en el que las pistolas, las reyertas y los conflictos entre bandas sirven de mero contexto. El cine de Gray corresponde al de un western urbano en el que los personajes toman prestadas una estética cinéfila para representar problemas mundanos: la adicción a las drogas, los mecanismos del poder o las disputas entre hermanos. Aunque el escenario sea Nueva York, porque Gray sólo parece hablar de los lugares y las gentes que conoce (es, sin duda, un Woody Allen a la deriva, y Two lovers sería su Match Point), las formas de su ficción son las de un Corleone en crisis, las de una tragedia griega que utiliza las luces y los ruidos de la gran manzana como coro. Las tensiones entre Phoenix y Wahlberg en La noche es nuestra obedecen al cliché de ladrón-policía, pero también a las diferencias entre hermanos y a una inteligente maniobra por enseñar las relaciones y la fina línea que separa el bien del mal, el marco de lo legal y lo penable. Lo mismo ocurre con Two lovers, aunque la estética gansteril pierda presencia a favor de un melodrama con menos concesiones fantásticas.
EL AMOR COMO MOTOR
Two lovers se construye sobre un binomio interesante: fabula sobre una idea intrascendente porque obedece a un deja vu narrativo (el enamorado entre dos mares o amantes), pero ese ‘lugar común’ es superado a favor de una idea de ‘universalidad’ (todo el mundo podría enamorarse de dos mujeres que, encima, representan dos opciones de futuro diferentes, dos formas dispares de entender el amor, ya sea como inicio de un posible matrimonio o un impulso sexual al final consumado). Phoenix en Two lovers se sitúa en una encrucijada moral de difícil salida: Sandra le ofrece la estabilidad que no ha tenido durante toda su vida (los padres de ambos han forzado el encuentro de la pareja), pero su vecina Michelle conserva esa exuberancia de la que sólo presumen las mujeres imposibles (en el primer encuentro, Leonard invita a Michelle a entrar en su casa, demostración de que el protagonista quiere por voluntad propia conocer a su vecina, aunque ésta sea desde el primer momento una figura inalcanzable). Michelle es un personaje lleno de dudas y miedos, tan tarado como el propio Leonard porque ella también se debate entre dos aguas: las de un amante que no quiere abandonar a su verdadera mujer, y el de su vecino, amable, detallista, atento y pañuelo sobre el que la dama vierte todas las lágrimas. El conflicto de Phoenix no es el de una simple relación doble, ni tan siquiera estamos ante el morbo o la crónica de una infidelidad: más bien se nos presenta la relación entre dos paradigmas de vida que vuelven a ser ese bien y ese mal con el que jugaban los seres de La otra cara del crimen, y que directamente encarnaban los dos actores de La noche es nuestra. Ello explica que Sandra sea morena y que Michelle sea rubia, que la relación con una sea pública (cenas en la casa familiar, la comunión judía o el almuerzo en el parque) y la otra sea secreta, como mínimo privada (los encuentros se reducen a conversaciones en el patio de luces, citas en la azotea y noches de discoteca).
Gray dispone los personajes de Sandra y Michelle a modo de piezas, el blanco y el negro antitético de una partida de ajedrez en la que Leonard se deja llevar (tras la primera relación sexual con Sandra, él se convence de que debe olvidar a Michelle; lo mismo ocurre pero a la inversa tras el flirteo definitivo con Michelle antes de Nochevieja). La familia, la preocupación primera del director, observa las excentricidades de Leonard pero sin los privilegios del espectador, que aquí actúa como espía y cómplice del protagonista. Al final entendemos que Leonard nunca estuvo loco porque sufrió y sigue sufriendo por amor: el realizador se encarga de que empaticemos con el personaje porque el propio Gray es ese alguien tímido, esquivo y enamoradizo que tan bien interpreta Joaquin Phoenix. La familia, por lo tanto, es ese ente extraño pero inevitable al que todo humano debe apelar o volver en algún momento de su existencia: Leonard se queda con Sandra porque Michelle se ha ido, pero también –y este es el aspecto más tranquilizador- porque él siempre la quiso. Two lovers, por lo tanto, acaba convirtiéndose en una película romántica que no acaba ni de la forma más feliz ni del modo más previsible, sino optando por el camino más lógico según las características de los personajes. Lo real, de nuevo, en un contexto de fantasía o esplendor sentimental, un purgatorio nada bucólico, las formas de una película que juega a ser peliculera.
La sutileza de Two lovers la convierten en la mejor película de James Gray. La narración avanza sin prisa y sin pausas, casi sin que el espectador sea consciente del lío venidero y las trágicas consecuencias del embrollo. Gray nos arrastra por ese mar de interrogantes y logra que el espectador disfrute compartiendo momentos y diálogos con las dos amantes, para posteriormente obligarnos de forma terrible a escoger una única opción. Two lovers tiene el temple de las mejores historias de amor porque el espectador puede ser partícipe y vivir el enamoramiento, algo que no sería posible sin un trío de actores excelente. Una invitación a abrazar los buenos sentimientos en tiempos difíciles. La demostración de que los en apariencia rudos personajes de Gray no eran tan duros. Y, en último lugar, la confirmación para los que dudábamos del oficio de Gray de que el neoyorkino merece seguir siendo el centro de nuestra atención.
Nota: 8'5
1 comentario:
Estupenda tu crítica y gran película. De las mejores de este año, siendo una producción del 08. Te tenía en el Facebook y me he animado a ver tu blog, muy buen trabajo. Un saludo.
Emilio Luna.
http://elantepenultimomohicano.blogspot.com
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