domingo, 7 de febrero de 2010

Crítica de MARY AND MAX

Aún no ha llegado a las salas españolas, pero Mary and Max ya se enmarca en la que es una nueva edad de oro del cine animado, un año en el que hemos disfrutado de nombres tan variopintos como Up y Los mundos de Coraline, Ponyo en el acantilado y Lluvia de albóndigas, sin olvidar las inminentes Tiana y el sapo o Fantastic Mr. Fox. Mary and Max supone un regreso a la animación tradicional, con sus personajes mudos de reducidas y a su vez enormes expresiones y gestos; demuestra que la informática aún puede aliarse con la plastilina para basar el cine del futuro. Lo clásico sobrevuela esta fábula con el blanco y negro, más tétrico o más luminoso según el momento, incluso en una noble reivindicación del correo postal en contra del correo electrónico. Entre los sesenta y el siglo XXI más digital, entre Australia y una Nueva York gótica, transcurre una historia simpatiquísima, una elaborada delicatesen bicolor con cerebro y mucho corazón. La idea tiene su gracia: una niña aburrida se cartea con un hombre no menos anodino, una relación peculiar que perdurará años y años hasta encontrar su desenlace en la escena más terrible, también la más bonita, tras aprender la esencia de la amistad y quizás de la vida. La cinta engarza como ninguna humor y tragedia, una combinación que supone su sello, revelación y rebelión: el fondo es muy dulce y familiar, pero la crudeza de ciertos fotogramas trascienden las formas animadas e impactan hasta el abuelo más curtido (véase los continuos ataques de histeria de Max o la oscura madre de Mary). También hay espacio para el humor, negra sátira que demuestra la madurez del invento (ese vecino que padece agorafobia y al que la niña, por inexperiencia, acusa de homofobia) o sonrisas naifs de nivel (la teoría de que los bebés surgen de las jarras de cerveza: sublime). Es este tono impredecible el que eleva Mary and Max a la categoría de film de culto. Esta crítica es más moderada: estas cartas están trufadas de estampas antológicas, también de algunas repeticiones que afean el dulce sin amargarlo. No hagan caso a la nota: esto hay que verlo.


Parece que poco puede aportar esta reseña cuando muchos de los blogs vecinos ya han analizado la película de cabo a rabo. Puede que este espacio no celebre tanto la película, pero hay que ser objetivo: a servidor no le entusiasma la animación y, aunque conecta sobremanera con el mundo Miyasaki, reconoce que Los mundos de Coraline y el título que nos ocupa son dos obras imprescindibles. Como de algo tenemos que hablar, y como no desgranaremos ninguna de las perlas de Mary and Max, debe denunciarse el hecho de que los cinéfilos de medio mundo hayan tenido que disfrutar el film desde la pantalla del ordenador y no en la sala de cine. Si Mary and Max entronca con el pasado y con el futuro del cine (no, no hablamos de Avatar… nótese la ironía), es una lástima que éste se escriba en el ostracismo. Ninguna revista de cine ha hablado de Mary and Max, cuyo éxito (reducido) ha sido (sólo) un hecho popular. De la misma forma que muchos escribieron maravillas del film y nos arrastraron al vicio de las descargas innobles (cada día más necesarias) para verla, ahora la crítica retoma el camino sembrado por otros con la esperanza que muchos bloggeros disfruten la película. Es aquí cuando la reseña espera cumplir su objetivo y acaba. Tomen el consejo y el paquete de clínex: a disfrutar.


Nota: 7