martes, 8 de octubre de 2019

FESTIVAL DE SITGES 2019 (IV) | EL PAISAJE COMO INFIERNO: EL FARO (THE LIGHTHOUSE), BACURAU, THE LODGE y VIVARIUM


EL FARO (THE LIGHTHOUSE)
EE. UU., 2019. Dirección: Robert Eggers
Sección: Oficial fuera de concurso


El faro causó sensación en el último Festival de Cannes. Era la película de la que todo el mundo hablaba y que muy poca gente tuvo oportunidad de visionar. Casualidad o no, tanto San Sebastián como Sitges la han seleccionado en sus escaparates antes de su estreno en salas el 10 de enero (dicho sea de paso, con pocas posibilidades de recaudación, aunque detrás esté el sello Universal, coprotagonice el actor Robert Pattinson y a la cinta se le presagien algunas candidaturas al Óscar). Robert Eggers, que ya inauguró Sitges con la estimulante La bruja, hace alarde una vez más de su habilidad a la hora de planificar escenas, construir atmósferas y dirigir intérpretes. El faro, con fotografía 4:3 en blanco y negro, propone un viaje inmersivo, húmedo y paranoico a las profundidades de una isla perdida de Nueva Inglaterra. Dos fareros, experto y aprendiz, conviven, riñen y beben todo tipo de líquidos mientras se encargan de tareas mundanas. A medida que avanzan las semanas, su desazón se incrementa, la locura devora sus mentes y sus cuerpos, y el mal campa a sus anchas en forma de sirenas, tormentas e historiales violentos. En ese "viaje de no retorno", Ebberts quiere que cada gesto de sus actores y cada elemento escenográfico tenga la mayor intensidad posible, pero la fórmula termina por agotar y ahogar la película. Tal vez porque su director carece de la habilidad narrativa de Paul Thomas Anderson o porque el citado Pattinson, a pesar de su titánico trabajo, dista de ser Daniel Day-Lewis. El faro, en síntesis, representa ese cine "imponente" de nuevo cuño que, por pura egolatría, dista de ser "importante". Adjetivos aparte, su visionado en pantalla grande y en versión original está más que justificado. Las voces cannois tenían razón, aunque no había para tanto.



BACURAU
Brasil, 2019. Dirección y guion: Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho
Sección: Oficial a concurso

En Bacurau cohabitan distintas películas de géneros muy diferentes, no todas ellas satisfactorias. En esencia, Dornelles y Mendonça Filho proponen un western clásico, con un poblado que se protege de la amenaza de bandoleros, y a esa estructura se le van añadiendo componentes realistas, surrealistas y toques propios del cine de acción y de terror. El plato es variado y se paladea con gusto, aun cuando el dúo de cineastas imprime a las imágenes un tempo lento que puede descolocar a públicos no demasiado dados a excentricidades. Crónica sobre el colonialismo, sus víctimas y sus verdugos, contada en clave futurista pero vinculada al presente tanto de su país como del conjunto de su continente. Sonia Braga, más secundaria de lo que a muchos nos gustaría, imprime una personalidad fiera y firme a su personaje, si bien el perfil de otros habitantes de esta Bacurau está más cercano a la caricatura burda. En lo personal, una cinta de difícil digestión, demasiado marciana y un tanto cuestionable: ahí está el estallido de violencia final, tan exacerbado que se diría contrario a sus pesquisas sociales, y el trazo bobalicón de los villanos, como si sus artífices quisieran parodiar y al mismo tiempo reproducir los tópicos de los blockbusters de acción. En lo personal, una propuesta que funciona mucho mejor en sus pasajes menos peliculeros y, por lo tanto, cuando filma un paisaje yermo, desabastecido, abandonado de la mano de dios y de los humanos, en claro vínculo con el Brasil de Bolsonaro. 



THE LODGE
Reino Unido, 2019. Dirección: Severin Fiala y Veronika Franz
Sección: Oficial a concurso

En Sitges había mucha expectación por visionar el nuevo trabajo de los directores de Goodnight Mommy, una de las revelaciones de hace ahora cinco años. Muchos temían que la mirada de Fiala y Franz, ya con un presupuesto mayor y con las inevitables restricciones industriales (recordemos: se trata de vender el mayor número de entradas en todo el mundo), hubiera sufrido un blanqueamiento que les acercara al blockbuster y les alejara del indie europeo, su terreno habitual. Por suerte, The Lodge no hace concesiones a nadie y se intuye una lectura libre, también imprevisible, de la debacle familiar y la oscuridad infantil que ya sobrevolaba su anterior título. Tras perder a su madre, dos hermanos deben convivir con la nueva pareja de su padre en una cabaña en mitad del bosque y en pleno invierno. La casa se convierte en purgatorio, la convivencia se torna un calvario y las escasas esperanzas de salvación entroncan con los traumas de los mayores y de los pequeños. Fiala y Franz, una vez más, demuestran su mano maestra en la construcción de atmósferas y en la dirección de crescendos dramáticos. La resolución, de nuevo, decepcionará a aquellos que esperen atar todos los cabos sueltos. Es difícil vaticinar qué trayectoria tendrá The Lodge en cines y plataformas: justamente se sitúa en un territorio fronterizo entre el terror comercial y la abstracción más absoluta. Sea como sea, esperemos que el filme dé una nueva vida a la carrera de Alicia Silverstone, una actriz que dentro y fuera de la pantalla sufre y ha sufrido una particular penitencia. Sin el cansancio y las prisas propias del festival, apetecerá volver a The Lodge para disfrutarla y sufrirla como se merece.




VIVARIUM
EE. UU., 2019. Dirección: Lorcan Finnegan
Sección: Oficial a concurso


La Semana de la Crítica de Cannes acogió este mayo Vivarium, la nueva distopía indie del cine norteamericano. Pocos personajes, un único espacio y lecturas que ponen sobre la mesa cuestiones como la incomunicación, la deshumanización y la vida en el primer mundo acomodado. Podría ser un capítulo breve de Black Mirror pero Lorcan Finnegan convierte Vivarium, su segundo largometraje, en un estimulante tour de force de hora y media de duración en el que Jesse Eisenberg e Imogen Poots, protagonistas casi únicos de la función, están encerrados en un barrio residencial deshabitado. Su desesperación contrasta con un paisaje laberíntico, tan vacío en lo formal como, intuimos, cargado de significaciones muy intrincadas. La anécdota, aunque notable y entretenida, no siempre justifica su metraje; y su resolución, puede que la única posible, se intuye evidente. Con todo, Vivarium es un juguete fílmico estimulante, capaz de consensuar a los fans del género y al público general de los multisalas, aunque será especialmente este último el que agradezca la evidencia de metáforas tan transparentes como la escena de los títulos de crédito iniciales. Un El show de Truman filtrado por las derivas kafkianas de Enemy, con toques que pueden recordar al cine de Gondry y Jonze. 


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