ZOMBI CHILD
Francia, 2019. Dirección y guion: Bertrand Bonello
Sección: Noves Visions
En contra del nombre de la sección que acoge estos días en Sitges el filme Zombi Child, la "visión" de Bertrand Bonello dista de ser "nueva", por mucho que se reinvente película tras película. El estupor que despertó Nocturama, acompañado por las recepciones nada consensuadas de títulos como Casa de tolerancia y Saint Laurent, alimentan la leyenda de uno de los enfant terrible del último cine galo. Esa fama se engrandece ahora con Zombi Child, inédita visión del Haití ancestral, cuyos ritos tienen su impacto décadas después, a centenares de kilómetros de distancia, en un instituto femenino de alto rendimiento. Bonello plantea la posibilidad de que los muertos vivientes del pretérito sean el reflejo y la herencia de los vivos sin espíritu del presente: de ahí la constante antítesis entre los esclavos insulares y las adolescentes de la Europa acomodada, así como la filmación de momentos genuinos como la clase de historia o el gesto casi mágico, reverencial y cómico, con el que las alumnas saludan a una de sus docentes. Por desgracia, el adorno mítico y místico que rodea ese debate sobre el colonialismo es a todas bruces desnortado, con un tramo final que añade extrañeza pero no semántica a sus fotogramas. Bonello, una vez más, demuestra que el suyo es un cine de conceptos complejos y ejecuciones débiles. Tan brillante como pagado de sí mismo. Al menos le debemos la vuelta de tuerca al subgénero zombi más radical de lo que va de siglo.
Francia, 2019. Dirección y guion: Bertrand Bonello
Sección: Noves Visions
En contra del nombre de la sección que acoge estos días en Sitges el filme Zombi Child, la "visión" de Bertrand Bonello dista de ser "nueva", por mucho que se reinvente película tras película. El estupor que despertó Nocturama, acompañado por las recepciones nada consensuadas de títulos como Casa de tolerancia y Saint Laurent, alimentan la leyenda de uno de los enfant terrible del último cine galo. Esa fama se engrandece ahora con Zombi Child, inédita visión del Haití ancestral, cuyos ritos tienen su impacto décadas después, a centenares de kilómetros de distancia, en un instituto femenino de alto rendimiento. Bonello plantea la posibilidad de que los muertos vivientes del pretérito sean el reflejo y la herencia de los vivos sin espíritu del presente: de ahí la constante antítesis entre los esclavos insulares y las adolescentes de la Europa acomodada, así como la filmación de momentos genuinos como la clase de historia o el gesto casi mágico, reverencial y cómico, con el que las alumnas saludan a una de sus docentes. Por desgracia, el adorno mítico y místico que rodea ese debate sobre el colonialismo es a todas bruces desnortado, con un tramo final que añade extrañeza pero no semántica a sus fotogramas. Bonello, una vez más, demuestra que el suyo es un cine de conceptos complejos y ejecuciones débiles. Tan brillante como pagado de sí mismo. Al menos le debemos la vuelta de tuerca al subgénero zombi más radical de lo que va de siglo.
THE ROOM
Francia, 2019. Dirección: Christian Volckman
Sección: oficial a concurso
The Room ostenta una de las mejores ideas jamás vistas en una película de corte fantástico. Una pareja llega a su nuevo hogar y descubre que una habitación tiene el poder de darles todo lo que pidan. Solo hay un impedimento: la persona, la realidad o el objeto que desean materializar solo puede existir entre las paredes de la casa. La estética de la mansión, acorde con los cánones del subgénero de recintos encantados, hace pensar en una historia con ecos de Stephen King, pero a posteriori se torna un juguete cambiante, más cercano a las diatribas genéricas y morales de la serie Black Mirror. The Room tiene algo de cliché y mucho de producto pensado para su explotación en multisalas (es una coproducción francesa, hablada en inglés, con formalismos norteamericanos y con actores de distintas procedencias), y aún así consigue entretener sin dejar en la platea la molesta sensación, por desgracia muy frecuente en el cine de género, de que sus responsables nos están tomando el pelo. Eso sí: Christian Volckman se toma la licencia de retorcer los límites de la trama en un final que perfectamente podría ser el inicio de otro filme. Como una habitación cuya puerta conecta con la entrada de otra estancia, y así hasta nunca acabar. La respuesta, tras su lanzamiento.
Francia, 2019. Dirección: Christian Volckman
Sección: oficial a concurso
The Room ostenta una de las mejores ideas jamás vistas en una película de corte fantástico. Una pareja llega a su nuevo hogar y descubre que una habitación tiene el poder de darles todo lo que pidan. Solo hay un impedimento: la persona, la realidad o el objeto que desean materializar solo puede existir entre las paredes de la casa. La estética de la mansión, acorde con los cánones del subgénero de recintos encantados, hace pensar en una historia con ecos de Stephen King, pero a posteriori se torna un juguete cambiante, más cercano a las diatribas genéricas y morales de la serie Black Mirror. The Room tiene algo de cliché y mucho de producto pensado para su explotación en multisalas (es una coproducción francesa, hablada en inglés, con formalismos norteamericanos y con actores de distintas procedencias), y aún así consigue entretener sin dejar en la platea la molesta sensación, por desgracia muy frecuente en el cine de género, de que sus responsables nos están tomando el pelo. Eso sí: Christian Volckman se toma la licencia de retorcer los límites de la trama en un final que perfectamente podría ser el inicio de otro filme. Como una habitación cuya puerta conecta con la entrada de otra estancia, y así hasta nunca acabar. La respuesta, tras su lanzamiento.
L'ANGLE MORT (BLIND SPOT)
Francia, 2019. Dirección y guion: Patrick-Mario Bernard y Pierre Trividic
Sección: Oficial a concurso
Marvel lleva una década rentabilizando los traumas de sus superhéroes. Aunque la fórmula sea la misma, las formas y el presupuesto de L'angle mort son muy diferentes. Aquí asistimos a las tribulaciones de un hombre que desde pequeño tiene la capacidad de volverse invisible. En apariencia, un don, pero a sus 38 años, con un trabajo precario y una vida amorosa inestable, ese poder es una penitencia. El actor Jean-Christophe Folly pone su alma y sobre todo su cuerpo al servicio de un guion que, por lo demás, carece de consistencia. Nunca se explica por qué el personaje quiere despedirse de su habilidad o qué motivo le empuja a cambiar constantemente de pareja. Se diría que sus directores tenían muchas ideas, todas buenas, pero el libreto final carece de conflicto y psicología. Siendo poco exigentes, resta el interés de una deriva existencialista que, pese a sus devaneos, invisibilidades aparte, podría ser el devenir de cualquiera de nosotros. Seguiremos atentos al dúo de Bernand y Trividic: su "ángulo muerto" o "punto ciego", según la traducción que se maneje, encierra momentos de humor apesadumbrado (los paseos en cueros por la calle) y paréntesis extravagantes (la desaparición del bebé en un camerino) que hacen pensar en dos autores con potencial.
VIF-ARGENT (BURNING GHOST)
Francia, 2019. Dirección: Stéphane Batut
Sección: Noves Visions (Especials)
Los festivales permiten que películas aparentemente sin ningún nexo en común, por el simple hecho de figurar en un mismo planning de proyecciones, establezcan conexiones y permitan debates interesantes entre prensa y público. En Sitges, el visionado casi simultáneo de Vif-Argent y L'angle mort nos ha permitido hablar in situ, con opiniones la mar de diversas, sobre los usos y abusos del cine francés. Aunque Francia cruza los Pirineos cada fin de semana con sus estrenos, sigue existiendo un cine galo oculto, experimental y joven, limitado al circuito de certámenes y a las filias de los críticos más atentos. Vif-Argent, que aquí desembarca con el aval del premio Jean Vigo, sigue a rajatabla el manual del audiovisual francés con visos de trascendencia. Hay jóvenes muy atribulados, extravagancias que solo pueden permitirse nuestros vecinos, romances idealizados, citas mitológicas, voces en off embellecidas, silencios dilatados y viajes en el espacio y en el tiempo. Suena a cliché y en el fondo lo es. Tanto como decir que Vif-Argent gustará únicamente a los acólicos de filmes "a la française". No descartéis que os lleve al éxtasis o al sueño profundo. Café para cafeteros. Eso sí: con dos actores que llenan la pantalla.
Los festivales permiten que películas aparentemente sin ningún nexo en común, por el simple hecho de figurar en un mismo planning de proyecciones, establezcan conexiones y permitan debates interesantes entre prensa y público. En Sitges, el visionado casi simultáneo de Vif-Argent y L'angle mort nos ha permitido hablar in situ, con opiniones la mar de diversas, sobre los usos y abusos del cine francés. Aunque Francia cruza los Pirineos cada fin de semana con sus estrenos, sigue existiendo un cine galo oculto, experimental y joven, limitado al circuito de certámenes y a las filias de los críticos más atentos. Vif-Argent, que aquí desembarca con el aval del premio Jean Vigo, sigue a rajatabla el manual del audiovisual francés con visos de trascendencia. Hay jóvenes muy atribulados, extravagancias que solo pueden permitirse nuestros vecinos, romances idealizados, citas mitológicas, voces en off embellecidas, silencios dilatados y viajes en el espacio y en el tiempo. Suena a cliché y en el fondo lo es. Tanto como decir que Vif-Argent gustará únicamente a los acólicos de filmes "a la française". No descartéis que os lleve al éxtasis o al sueño profundo. Café para cafeteros. Eso sí: con dos actores que llenan la pantalla.
Sigue el FESTIVAL DE SITGES 2019
y rescata nuestros análisis de anteriores ediciones en
EL PODCAST DE CINOSCAR & RARITIES.
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