domingo, 24 de junio de 2018

CRÍTICA | MARGARET, de Kenneth Lonergan



MARGARET
EE. UU., 2011. Dirección y guión: Kenneth Lonergan Música: Nico Muhly y VV. AA. Fotografía: Ryszard Lenczewski Reparto: Anna Paquin, Matt Damon, Mark Ruffalo, J. Smith-Cameron, Jeannie Berlin, Matthew Broderick, Jean Reno, Kieran Culkin, Allison Janney, Olivia Thirlby, Michael Ealy, Kenneth Lonergan, Rosemarie DeWitt, Josh Hamilton, Krysten Ritter, John Gallagher Jr., Sarah Steele Duración: 149 min. (montaje estrenado) / 178 min. (montaje del director) Género: Drama Tráiler: Link Fecha de estreno en España: 13/07/2012
¿De qué va?: Lisa, una adolescente neoyorkina, se ve envuelta en un accidente de autobús en el que fallece una mujer. Traumatizada por lo sucedido, la chica empieza a tratar con tirantez a su madre, su hermano pequeño, sus compañeros de instituto y sus profesores. Un día decide cambiar su declaración policial y esa decisión tendrá unas consecuencias insospechadas.



En una de las escenas domésticas de Margaret, la adolescente Lisa recrimina a su madre que se preocupe de su vestido, algo que considera una trivialidad, mientras en Nueva York, "allá fuera", están sucediendo cosas horribles. Minutos antes, Lisa había presenciado un accidente de autobús del que, a la postre, se sentirá culpable, hasta el punto de iniciar un descenso a los infiernos con ecos de tragedia moderna, como esas óperas que su madre suele ver acompañada de su nueva pareja. Ese momento sintetiza muy bien la posición de Lisa, una joven idealista, inexperta, desbordante y casi siempre incapaz de ser consecuente consigo misma y con los demás. Ella es la protagonista de una de las historias más complejas de los últimos años, la gran película maldita del cine estadounidense más reciente. Una historia contada con la misma rabia, las mismas dudas y el mismo trazo firme pero titubeante de su antiheroína.

Margaret habla de cómo los seres humanos intentan gestionar el dolor en un contexto en el que nadie parece atender a las necesidades del otro, en el que todos vivimos desconectados emocionalmente de nuestro alrededor pero a la vez concentrados en nucleos urbanos que dejan poco espacio a la distancia física. Lonergan filma en numerosas ocasiones las siluetas de transeúntes caminando por la Gran Manzana, se detiene en las vistas de los rascacielos e incluso deja que los diálogos principales queden interrumpidos por las conversaciones de las personas de alrededor, como si la tragedia que vive Lisa fuera poco más que un grito ahogado, apenas un eco entre tanto ruido ambiental. La película, no por casualidad, es la historia de un personaje que tiene la imperiosa necesidad de exteriorizar su estado de zozobra, aunque carece de la suficiente madurez para saber cómo debe actuar en cada momento. Y junto a ella, la crónica de una ciudad, Nueva York, que sigue, entre el letargo y el bullicio, curando las heridas del 11-S. 


Con estas bases, queda claro que Margaret, aunque nace vinculada a un tiempo histórico, casi podríamos decir que a una efeméride, es un relato atemporal, abiertamente naif y tal vez por ello irregular, por accidente y por concepto. Encarnar la debacle de toda una urbe en una adolescente sin apenas arraigos, con la egolatría propia de la edad y capaz de espetar la mayor de las barbaridades sin ser consciente de los efectos que producen sus palabras y actos en las personas de su entorno, es un riesgo narrativo que Lonergan asume desde el minuto uno. El espejo que nos ofrece la película es realmente incómodo e incluso puede crear rechazo en el espectador, una opción bastante lógica si tenemos en cuenta que la protagonista bordea la histeria en más de una ocasión, aunque a la vez esconde un mensaje mayor: la idea de que todos los seres humanos, ante situaciones que se escapan de nuestros dominios y que pueden sobrepasarnos a distintos niveles, somos poco más que una Lisa inexperta caminando solos entre la gente.

Por si esto fuera poco, a la leyenda de Margaret se le añade un rodaje espaciado entre 2005 y 2006, la muerte de dos de sus productores (Sydney Pollack y Anthony Minghella) durante la postproducción del proyecto, los litigios entre su director y la compañía Fox, un estreno minoritario en 2011 sin ningún tipo de apoyo publicitario y su llegada a Europa a mediados de 2012, cuando Anna Paquin, su protagonista, era popular por su intervención en la serie True Blood. Lonergan tuve que aceptar que Margaret viese la luz en una versión de 150 minutos, casi media hora menos del montaje que realizó con la ayuda de su compañero Martin Scorsese. Unos datos que aportan mayor misterio si cabe a una película que, ya sea en su duración recortada o en sus tres horas originales (comercializadas únicamente en EE. UU. y en dvd), tiene muchos agujeros argumentales, secundarios poco perfilados (que atañen, por ejemplo, al personaje del padre, interpretado por el propio Lonergan) y una estructura disoluta, expansiva, tremendamente ambiciosa y en el fondo inabarcable.


En resumen, Margaret es una de las películas, defectos aparte, más atractivas de la modernidad, un reto incómodo para todos sus responsables y que los caprichos de la distribución han hecho que la cinefilia descubra poco a poco, transformando ese presente histórico del Nueva York posterior a los atentados de las Torres Gemelas en un tiempo encapsulado, puede que eterno e inmutable. Lonergan ha podido resarcirse con Manchester frente al mar, película que le reportó el Óscar al mejor guión original. Todos sus actores, incluyendo la tan cuestionada Anna Paquin, han seguido trabajando en films importantes. Y Margaret, ya con la banda de título de culto, fue incluída en la lista de la BBC de las mejores películas del S. XXI (puesto 31 de 100), un honor que sin duda le reportará no pocos espectadores, reposiciones y estudios en el futuro. Curioso devenir para una obra que, literal y simbólicamente, pone en valor la lucha y el recuerdo, aun cuando todo pueda resultarnos ajeno, aunque ello nos lleve, como a Lisa al final de la película, a un via crucis en el que tengamos poco o nada que ganar. En la memoria de muchos, la joven Lisa sigue encerrada en el auditorio de la última escena, llorando por lo que ve, por su madre y por ella misma. Un llanto ahogado que es también la síntesis de todo un siglo, el dolor de todos nosotros.

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