viernes, 6 de agosto de 2010

SERIES 29: TRUE BLOOD


Ahora que todo el mundo anda loco por la tercera temporada de True Blood, merece la pena dar un repaso a todo lo que nos ha ofrecido la sangrienta serie de Alan Ball. Aunque es obvio, no debería dejarnos de sorprender el giro que ha dado Ball en su nuevo proyecto. De A dos metros bajo tierra a True Blood hay mucha diferencia. Y en el fondo ninguna porque en las dos Ball analiza y mima a sus personajes sea cual sea el cómo y el dónde. Los vampiros también tienen derecho a tener problemas y lo han demostrado con un producto tan adictivo como sorprendente, deslenguado, atrevido, sencillamente hilarante y a veces genial. True Blood celebra en cada uno de sus episodios una comunión entre lo real y lo fantástico, y a medida que avanza la serie parece más difícil diferenciar un bando del otro. Es esa parte intrascendente y festiva la que nos gusta de True Blood; también la fina ironía de un Ball que sigue hablando de enfrentamientos actuales en clave vampira (en A dos metros bajo tierra, Lafayette hubiera sido el raro del grupo; ahora quien tiene que salir del armario es Sam al confesar su capacidad por convertirse en el animal que se le antoje). Si La comunidad del sol es un reflejo de todos los extremismos religiosos que conviven en nuestra sociedad, la tensión entre humanos y vampiros protagoniza eventos televisivos, es la comidilla de los periódicos, e incluso es la excusa perfecta para traficar y aprovecharse a costa de lo ilegal (la venta y consumo de 'uve'). ¿Les suena de algo? Porque True Blood tiene algo de la Norteamérica Obama. Y cuando no se pone seria, insufla vida a un género que había caído en el tedio más decadente después de películas como Constantine, la trilogía Blade y, por qué no, toda la saga Crepúsculo. Anna Paquin ha vuelto por la puerta grande (y con Globo de oro, y con novio), el panorama seriéfilo ha ganado varios sex-symbols (hay para todos los gustos: Stephen Moyer, Sam Trammell, Mehcad Brooks, Alexander Skarsgard) y cada vez que vemos la sublime cortinilla de la serie (a ritmo del Bad Things de Jace Everett) sabemos que a los guionistas de este pastiche cada vez se le va más la olla. Que así sea por mucho tiempo.


Temporada 1

Cuando Sookie se encuentra con el vampiro Bill todo cambia y todo empieza. La simbiosis entre los personajes se debe a sus propiedades que los diferencian. En el Merlotte's se percataron que eran diferentes y durante la primera temporada fortalecieron este vínculo de sangre y sexo. La primera mirada no dista demasiado del estilo Crepúsculo porque, en el fondo, tras ese entorno despiadado y esa estética pringosa, True Blood es una seria ingenua, con su corazoncito, con una irresistible tendencia al final feliz. La aparición del factor vampiro es, paradójicamente, una excusa para explorar la naturaleza humana. Existe una guerra entre vampiros y humanos, algo en el fondo muy absurdo porque el vampiro es la única criatura fantástica que en su día fue humana. Bill, por lo tanto, no ha perdido esa humanidad que caracteriza a Sookie, y esa es su diferencia. Y apelando a esa humanidad que pocas veces se manifiesta (recuerden la cortinilla con exorcismos, lagos con caimanes, orgías y serpientes en posición de ataque: ése es el contexto violento y apocalíptico de True Blood), Alan Ball nos dice que hay humanos sin alma y vampiros con mucha riqueza en su interior. La guerra, al final, sólo tiene un frente y Renée se convertirá en el asesino oficial, la mano que acecha detrás de la sombra. Y el rescate de Sookie de las garras del mal por parte de Bill, aun sometiéndose a los rayos del sol, es ese momento romántico que todos los espectadores esperaban. Mientras que la segunda temporada se asienta sin complejos sobre una rica fauna de seres mitológicos, los primeros doce episodios prefieren investigar la psique de sus protagonistas. Las vitaminas de este uve explosivo es darse cuenta de lo solos que están Tara, Arlene, Jason, Sam o Lafayette, y cómo intentan sobrevivir en una sociedad donde conviven los colmillos con los seres de carne y hueso. Todos son buenas personas que les ha tocado vivir un tiempo difícil. La aparición de un cadáver en el coche de Andy es el presagio, como el exorcismo de Adina, de que lo peor aún está por llegar. De que la imaginación de Alan Ball no conoce límites y de que a diferencia de la más terrenal A dos metros bajo tierra, True Blood acepta más licencias fantásticas. La segunda temporada es la materialización de un caos anunciado. La trama se desmelena, y de qué manera.

Mejor episodio: 1x12, You'll be the death of me

Los momentos:
- Bill recuerda el momento de su creación (o sea, su paso de humano a vampiro).
- Sookie descubre un perro en su cama. Resultará ser Sam.
- Jason colocado con su novia en un campo de lluvia.
- El exorcismo de la madre de Tara.
- La muerte de la abuela de Sookie.
- Sookie perseguida por Renée en los últimos minutos.



Temporada 2

Lo siguiente viene a rizar el rizo. Se mezclan Tarantino y Rodríguez con Zombies Party. Ese camino de autoexploración y autoaceptación que inició Sookie en el pasado, ahora lo asumen Jason (dentro de la Iglesia del Sol: la mayor frikada televisiva), Sam (su capacidad por convertirse en seres animales es el verdadero secreto a revelar, el único armario por abrir que al final salvará a todos de las garras de la ménade Maryann) y Tara (conocerá a Huevos, y con él empezará a creer que por fin ha llegado su momento). Pero esta segunda ración de sangre a mansalva (la manguera se queda sin tope: hay más lágrimas rojas, más mordiscos, más fogosidad) es de los vampiros. De Jessica, ese peso que arrastra Bill y que le demuestra lo viejo que se está haciendo a pesar de su condición inmortal. De Eric, un estratega que tendrá que encajar el rapto, la decepción y la posterior muerte de su creador Godric. Y de Bill, porque con él conocemos nuevos personajes y nos adentramos en su largo pasado en forma de notables y frecuentes flashbacks. Todo esto les sirve a los guionistas para cruzar la línea del absurdo, incluso situarse en un frikismo estimulantísimo (ese momento en que Jason, semidesnudo y disfrazado con una rama en lo alto de su cabeza, simula ser ese dios al que imploran los vecinos del pueblo reconvertidos en zombies). Con la segunda temporada no sólo se ha conocido el peligro: también se ha sufrido. La serie pierde su ingenuidad, no su romanticismo. Una muestra es esa cena final entre Bill y Sookie. Ante una petición de boda, Sookie duda por el futuro al pensar en que ella envejecerá y él no. Tan iguales y, en el fondo, tan diferentes. Sin olvidar el lazo invisible que nuestra rubia comparte con Eric. Sookie, que a ratos oposita por ser la tonta oficial de la televisión moderna, sale del lavabo sin dudas. Pero Bill no está: ha sido secuestrado. Desaparecido, otra vez, como tantos personajes. La demostración de que el imaginario de True Blood no conoce límites. De que a partir de ahora todo puede pasar. Y de que pase lo que pase, True Blood, crítica indirecta a la América mojigata, siempre será algo más que un Dawson's Creek entre vampiros.

Mejor episodio: 2x07, Release Me

Los momentos:
- Sookie descubre que no es la única telépata.
- Sookie ve cómo Godric es destruido por los rayos del sol.
- Sam arrancando el corazón negro de Maryann.
- La cabecilla de La comunidad del sol masturba a Jason mientras él toma un baño.
- Sookie, herida en la espalda por una extraña criatura con cuernos.
- Jessica diciéndole a su novio Hoyt que es virgen.