viernes, 27 de abril de 2012

Suicidas: Críticas de THE ART OF CRYING y WILBUR SE QUIERE SUICIDAR

Imagínense que su padre amenaza todas las noches con suicidarse. Imagínense que su hermana es una histérica que mantiene una relación diabólica con su padre, rozando lo amoral. Imagínense que su hermano mayor no está en casa, y que cada vez que visita a su familia tiene ganas de marcharse cuanto antes. Imagínense que su madre es una pasota que prefiere vivir de espaldas a la realidad y se infla a somníferos para dormir todas las noches. E imagínense que por un momento son capaces de provocar la muerte de otras personas. Un cuadro clínico que podría ser un drama, pero que es una comedia absurda sobre una familia desestructurada que cultiva el arte de llorar. Llorar en funerales, en casa, a solas, por traumas infantiles o insatisfacciones adultas. En una casa donde reina el caos y la cordura brilla por su ausencia, el joven Allan describe a sus familiares con la inocencia de su edad pero con la precisión del que teme ser contagiado por tanta apatía. Él es diferente al resto y a su vez igual. Un niño monísimo que protagoniza una sátira ligeramente disparatada, emparentada con las familias rotas de Todd Solondz. The art of crying sorprende al tratar asuntos muy graves (un asesinato, un incesto o una violación) de una forma casi eufemística, dando rodeos pero dejando a la superficie el problema. Pocas películas se atreven a hablar del horror en clave cómica, y el film consigue que entonemos sonrisas allá donde debería haber lágrimas. The art of crying es una cinta de contenido perverso pero con formas ridículas, un contraste interesante que ofrece escenas cargadas de socarronería oscura. Aún así, a The art of crying le pueden sus rarezas, el relato dista de tener una estructura bien ensamblada, y por momentos el guión da tumbos hasta encontrar uno de sus clímax bizarros, entre tronchantes y deprimentes (el panegírico del primer entierro, el personaje de la tía enferma, la escapada del psiquiátrico). Porque... imagínense que The art of crying la hubiese dirigido ese genio de lo disfuncional que es el citado Todd Solondz. Pese a todo, una rareza a descubrir que representó a Dinamarca en los Oscar 2007.


Nota: 6'5

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Desconfien de los que dicen estar enfermos porque son los que sobreviven a todos. Desconfien de los que dicen que van a suicidarse porque son los que más se aferran a la vida. Wilbur dice estar enfermo y amenaza con matarse de la forma más extraña. El chico lo intenta, pero no hay manera: la vida es tan irónica que quiere que siga adelante, siendo el dolor de cabeza de su hermano y la horma del zapato de los trabajadores y pacientes del hospital psiquiátrico que visita. El azar es tan extraño y el destino tan caprichoso que nada sucederá según lo previsto. Wilbur es un pobre diablo, caprichoso, infantil, inseguro, que quiere llamar poderosamente la atención de los que le rodean. Eso hasta que el amor entre en su vida y la muerte le ataque desde otro frente, el más trágico, también el más inesperado. Lo que parece una historia de tragedias acaba reconvertida en una amable historieta de supervivientes y segundas oportunidades, de marginados que al juntarse logran conquistar la normalidad. Pero a servidor le hubiese gustado más oscuridad y menos sonrisa de postal para una película que apunta a anécdota y acaba siendo muy convencional. ¡Ay! Desconfien de directores como Lone Scherfig, una autora que se inició bajo las constantes del Dogma 95 con la correcta Italiano para principiantes para acabar dirigiendo cosas tan convencionales (aquí muchos querrán mi suicidio) como An Education, One day o este Wilbur que no sabe si pisar tierra firme o lanzarse desde lo alto de un edificio. Resulta estimulante que Scherfig se sienta identificada y prefiera filmar la vida de personajes especiales, nada convencionales, pero todas sus películas acaban por la senda de la comedia romántica más almibarada. Al final ni Wilbur quiso suicidarse ni su directora arriesgarse: una pena.


Nota: 5'5

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