Al final resulta que la 'chanancia' no es tan 'modenna'. A Borja Cobeaga le dedicaron piropos buenísimos, justos pero exagerados, en relación a su ópera prima Pagafantas. En No controles prometía un guión mejor elaborado y, en general, más humor marca de la casa. Una colección de chistes alternativos que está de moda en algunos programas televisivos pero que en esta No controles demuestra su verdadera naturaleza. Las gracias 'modennistas' de Cobeaga no dejan de ser reciclados, reivindicaciones trasnochadas de los vodeviles o comedias de situación de ese cine español 'de los tiempos oscuros'. El paleto, cateto, tímido, pobre idiota que antes interpretaba gente como Alfredo Landa ahora corre a cargo de rostros jóvenes y con una nueva consideración (el 'palabrejo' 'pagafantas', por no decir 'paquete' o 'tontaina'). Aunque juguemos a cambiar los términos, estamos ante propuestas de esquema similar. Todo lo que Pagafantas tenía de utópica relación amorosa, en No controles la caspa come cualquier virtud posible. Más que descontrol, lo de esta película es 'desmorone'. No nos dejemos engañar: No controles es tan rancia y facilona como otras películas a las que se les atribuye el apelativo de 'españolada' con mayor facilidad y contundencia (díganselo a la pasada Don Mendo Rock: La venganza, la presente La daga de Rasputín o la recién llegada Torrente IV). Nada funciona: el guión es torpe y pesadísimo, y los personajes nunca tienen la complejidad y la chispa de las mejores veladas cómicas. Todo ocurre porque sí, sin un trasfondo, sin una descripción de personajes o unas situaciones divertidas que sostengan el castillo de naipes. Ugalde cumple el cliché de 'vasco' y 'soso': apliquen lo mismo para la sobredimensionada Bon Appétit. Jiménez ratifica aquello que ya temía después de Spanish Movie y la serie La pecera de Eva: sólo domina una limitadísima nómina de muecas que afean su actuación. De la Rosa sigue prestándose a ser la caricatura de la caricatura, el 'maricón' de toda la vida, mariposón y aquí ultrabronceado, que resulta una paradoja e incluso un peligro para un país que cree ser el súmum de la mentalidad abierta. Muñoz, que desnudo presentaría un atractivo extra, parece un inexperto embutido a calzador en una fiesta apolillada. Y Julián López, aun siendo lo mejor de la cinta, resulta tan cargante como un muñeco navideño del 'todo a cien'. La cereza del pastel es la vergüenza ajena que sentirán los espectadores al ver cómo se recurre a elementos 'muy nuestros' (las campanadas y las uvas de Nochevieja, la sintonía del programa Sorpresa, sorpresa y despropósitos de calado similar) para hacer reir al personal, algo que sin duda dificultará su comercialización a otros países. Estoy seguro que incluso los defensores de No controles admitirán que escenas como la de la piscina no tienen ni ton ni son, que la tensión amorosa brilla por su ausencia y que entre el público del cotillón no costaría imaginarse a Lina Morgan, la tropa muñequil de José Luis Moreno o un Esteso de la tercera edad. Un error de cálculo considerable. La primera decepción cinematográfica del 2011.Nota: 3
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En una escena de La daga de Rasputín Antonio Resines salta de un balcón para aterrizar en la parte trasera de un camión repleta de papeles y cartones. Antes de eso es hipnotizado por un analista que, dicen, 'es muy bueno porque salió en un programa de Telecinco' (demostración de las 'churrescas' dimensiones de la jugada). Y después de esta antológica escena (léanlo en clave irónica, porque, ¡glups!, es lo mejor de la película), la tropa que ya habíamos visto en El oro de Moscú corre rumbo Rusia. En esta descripción se sintetiza el estilo y (mal) gusto de la nueva película de Bonilla. La idea de mezclar cine de aventuras con personajes imbéciles y momentos comiqueros sí funcionaba en El oro de Moscú, sin ser esta ninguna maravilla. Pero La daga de Rasputín se revuelca y se recrea en lo cutre, acumula despropósitos, como esa camioneta repleta de basura. Poco interés, por no decir ninguno, tiene una propuesta tan casposa, una comedia que no tiene ninguna lógica y que parece un chiste privado, una gracia velada que sólo divierte a los propios actores de la película. Porque ver a Andrés Pajares y Juan Luis Galiardo con mostacho y acento ruso tuvo que tener su gracia entre bambalinas, en un rodaje entre amigos. Incluso se intuye ameno el diseño de esa escena en la que un helicóptero atrapa el coche policial en el que se encuentran el trío de pringados. Me imagino a Bonilla, infame actor y realizador, riendo cada vez que su mujer en la ficción María Barranco exagera cada una de sus muecas y chistes. Pero el espectador no es partícipe de esa diversión o comicidad: la película es una continua sucesión de atropellos y sonrojos. Sólo una cosa justifica el visionado de una opereta mala que, con la daga del título, debería pedirnos disculpas y acometer su haraquiri: Carolina Bang, cuyo atractivo, sin llegar a catalizar el desastre, alegra la vista y aporta vigor a un reparto entre lo añil y lo cañí. Crónica de un desastre anunciado. Ni intenten desvelar el contenido de la matrioska: no hay nada de nada. Nota: 2
3 comentarios:
Dos ejemplos de porque la mitad de españa no se toma en serio el cine español, y menos las comedias... Una pena. La gente termina asociando ESTO al cine español en toda su extensión y es para cabrearse...
Un saludo!^^
Pues sí domive porque en España se hace también muy buen cine español pero "gracias" a películas como éstas no hay quien se quita el sanmbenito...
Debería de haber un cine que pasara directamente al videoclub o la televisón, entonces cambiaría la cosa.
O que el precio se ajustara a la calidad de cada película, igual que pasa en Teatro por ejemplo.
Un saludo.
La verdad es que después de ver "No controles" tengo que decir que yo me reí, cosa que no consiguen bastantes pelis que veo.Así que bueno...misión cumplida.
;)
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