martes, 29 de marzo de 2011

Recordando el Festival de Málaga 2010: Crítica de RABIA

José María es un inmigrante sudamericano. Debería ser el protagonista de una película de temática social, pero no es así. Ni siquiera es el cabeza de cartel. La atención se centra en Rosa, su novia, que trabaja como asistenta en la casa de una familia española muy adinerada. José María tiene un lado oscuro que se desata cada vez que algún hombre se fija en Rosa. No acata ninguna orden, y después de una pelea con su jefe, las palabras darán paso a un golpe desafortunado, una maniobra mortal. A partir de ese momento, la oscuridad de la película empieza a corroer los fotogramas. José María pasará a ser un fantasma, un espectro. Oculto, encerrado y alimentando su rabia. Y la historia avanza. El personaje espía, el protagonista pasivo, el habitante incierto. El espectador es el único que conoce la verdad, y ello recuerda a la premisa narrativa que siempre decía Hitchcock. Y a éste, se le suma  un toque Guillermo del Toro, en esta ocasión productor que ha supervisado y apoyado una cinta que ganó el premio a la mejor película en el Festival de Málaga. Rabia toma la atmósfera turbia del mejor cine sudamericano de la década (Whisky o las cintas de Lucrecia Martel también se desarrollan entre tinieblas) y, con este filtro fantástico, observa desde otra perspectiva cuestiones del aquí y el ahora como la precariedad laboral, la diferencia de clases y los lazos de poder. Rabia es una película extraña, turbia. Una historia de amor gótico y extremo que es mucho más. Aún así, y eso no es propio ni de del Toro ni de Hitchcock, todo parece demasiado obvio. Sigue el esquema del buen director que también es el alumno más aplicado. Y una ortografía perfecta no siempre implica una buena literatura. A pesar de su estética singular, la película no sabe alimentar la trama en pos de la sorpresa. Se intuye el final, y el negro predominante aletarga. A Rabia le falta, precisamente, rabia, furia. No deja huella, tal vez sólo la transformación física, que también es una señal externa de una degradación mayor, de nuestro sufrido José María (el actor Gustavo Sánchez Parra). Ver a Concha Velasco en la gran pantalla es también una de las alegrías más notables del año. Tras una hora y media de hipnosis, queda el poso de las buenas ideas que, sin saber por qué, no te han acabado de enganchar. Compleja, sí, y a mi gusto también incompleta. Le falta algo, no me hagan decir el qué. Si algo demuestra es que el cine español, pese a quien le pese, y especialmente el del 2010 (moleste a quien moleste, digan lo que digan las cifras de recaudación), es rabiosamente heterogéneo e interesante.


Nota: 6

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