Admiro a Miguel Albadalejo. Me parece un director originalísimo que los críticos aún no han sabido ubicar, tampoco valorar en su justa medida. Es divertido que sus bandas sonoras abarquen canciones de Fangoria o Conchita Bautista porque el cine español nunca quiere alardear de caspa, aunque la tenga (y mucha). El cine de Albadalejo recuerda a los cuentos protagonizados por paletos, tontos del bote o sufridores del cine patrio más antiguo, Berlanga a la cabeza. También nos recuerda a Almodóvar por su tendencia a lo kitch, a lo femenino. Aún así, no es un director previsible; prueba de ello es su Nacidas para sufrir, una película anacrónica por convicción que estaba condenada a ser un estrepitoso fracaso de taquilla desde que se escribió la primera línea de su guión. Hasta en eso da la nota Albadalejo, que se atreve a escribir las vicisitudes de mujeres mayores en un ambiente rural en un tiempo en el que las películas las protagonizan jóvenes urbanitas. Nacidas para sufrir huele y sabe a potaje, a hierba fresca, a calles sin asfaltar y a tertulias entre vecinas. La historia de una mujer que, en sus últimos días, accede a casarse con su empleada del hogar para desheredar a sus sobrinas es una excelente premisa inicial que, por desgracia, va desinflándose a medida que avanza el metraje. Albadalejo ha encontrado su tono, sus actrices (Mariola Fuentes repite con él tras El cielo abierto; y Adriana Ozores borda su Purita después de ser la madre de Manolito Gafotas) y sus mecanismos para contar la historia que quiere cuando quiere. Pero, y he aquí el problema, Albadalejo es su más importante enemigo: le falta la locura de Almodóvar y mano firme a la hora de firmar libretos, esa por la que pasó a la historia Berlanga. Albadalejo, por una cosa o por otra, nos deja con ganas de más; y aunque Nacidas para sufrir sea más curiosa y adorable que Volando voy o Cachorro, no llega a superar todas las expectativas. Merecía alguna nominación al Goya, se aplaude su originalidad y atrevimiento... pero poco más.
Tengo sensaciones contradictorias con esta película. Me encanta ese plano inicial lleno de flores mortuorias que me recuerda a otro excelente, igual de ecléctico representante de un indie queer european cinema que nadie ha tipificado como tal: François Ozon y sus 8 mujeres. Me encanta el personaje de Ozores, la anbigüedad de ciertos diálogos, esa Mariola Fuentes enfadadísima o ese giro inesperado de la trama. Hablar de la homosexualidad femenina en plena senectud me parece necesario y arriesgado, y Albadalejo trata el tema con suma delicadez (incluso puede intuirse que el personaje de Malena Alterio, una monja enclenque que siempre precisa de la compañía de otra hermana, también tiene demasiadas cosas encendidas en su armario). Me río a carcajadas con ese cantante de verbenas populares. Me descoloca la referencia indirecta al mismísimo El diario de Patricia (tanto si Albadalejo quiere enfocar la escena como una sátira o una crítica, me parece mucho más redonda, aguda y mordaz la de Volver). Hay directores de cine que han nacido para sufrir y Albadalejo es una de ellos. Y no es que no sea profeta en su propia tierra: como Dúnia Ayaso y Félix Sabroso (dejen que incluya también a Ramón Salazar), su particularidad es situarse en un punto muerto, en una tierra de nadie incómoda, aunque en el fondo tratemos de nombres con talento. No hay que tener, sino demostrar; por eso esperamos el próximo trabajo de Albadalejo con muchas ganas, conscientes de que el título 'Nacidas para sufrir', relato personalísimo con sus defectos, habla, entre otras cosas, de su posición como autor incomprendido.
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