

La única forma de acercarse a The lovely bones es separar lo bueno de lo malo. En el saco de aciertos destacan todos sus actores: una Ronan expresiva, un Tucci frío y una Sarandon alborotada. Tampoco puede perderse de vista la sinergia, la energía, la belleza de algunas escenas, incluso algunos recursos temáticos como ese vertedero que funciona a modo de colador. Jackson se confirma como personalidad inabarcable, también como un director creativo que no ama la síntesis: en The lovely bones hay cabida para escenas de auténtica acción (la hermana en busca del diario que confirma la identidad del asesino de Susie), rimbonbante ciencia ficción (un paraje al más puro estilo Terry Gilliam), drama de época (la dura desintegración de la familia tras la ausencia de la pequeña, aunque la marcha de la madre es un recurso forzado e innecesario) y elementos místicos (lecturas sobre la reencarnación, el alma y la materia, la unión de lo celestial y lo tangible, la tradición de las historia de fantasmas). Y si distingíamos las virtudes de los defectos, The lovely bones se complica, se pierde y se diluye al querer retratar un doble mundo a todo color. Es más interesante lo que sucede bajo las nubes que lo que acontece en el limbo estético y superficial que rueda Jackson. Pero en la mezcla está el contrapunto, y con él nuestro lío: ¿cuál es el público potencial de la película?, ¿qué incidencia puede tener en un futuro o qué relaciones mantiene con la anterior y mejor Criaturas celestiales? Aquí, entre lo excepcional y el telefilm televisivo, desfilan estos queridos, entretenidos a la par que desquiciantes, indescriptibles huesos. Para bien o para mal, hay que verla, a poder ser en pantalla grande. Y si hay que mojarse, nos mojamos: esta es, pese a todo, una crítica positiva. Toma sorpresa.

Nota: 7'5