lunes, 1 de marzo de 2010

Crítica de SHUTTER ISLAND

a Eva, cómo no. '¡Qué horror!', susurraba la dama en la oscuridad de la sala.

El veterano Scorsese encara a sus más de sesenta y cinco años su película más endiablada, su más deslumbrante incursión en el cine de horror y misterio desde que empezara la década de los 90 con El cabo del miedo. Conocer a estas alturas nuevas facetas del norteamericano es toda una sorpresa, tal vez la confirmación de su maestría o la inauguración de un último período creativo más ecléctico y totalmente liberado de la presión de los Oscar. Scorsese se muestra indomable y sobrevuela su isla de forma caótica pero firme. Más allá de toda virtud narrativa, Shutter Island parece incitar a la cámara para filmar el mejor encuadre posible, anima a sus actores para regalarnos sus mejores caras y juega con la anacronía de unos escenarios extraños que van de la paranoia del mejor Kubrick a las ensoñaciones del Lynch más loco. Shutter Island es una película simétrica, bella, técnicamente impoluta, una caja de sorpresas, una criatura en estado salvaje con múltiples capas; y, por encima de todo, el enésimo recital interpretativo de Leonardo Dicaprio, aquí acompañado por múltiples fantasmas con las siluetas de Ben Kingsley, Mark Ruffalo, Patricia Clarkson, Max Von Sydow, Emily Mortimer o Jackie Earle Haley. Aun siendo demasiado pronto para sopesar la posible influencia que la película tendrá dentro de su género, lo nuevo de Scorsese atesora la fuerza de lo inédito y ya circula por los cines de medio mundo como clásico moderno, un milagro en equilibrio. Tenemos que salir de la isla, Jack, grita Dicaprio al final de su periplo, pero el viaje no admite regreso: se queda, sin lugar a dudas, en la retina de la cinefilia moderna.


El sello distintivo de Shutter Island está en su ambigüedad. El espectador no tiene tiempo de cuestionar nada y pisa la isla de forma brusca, igual que ese detective con expresión tarada. El factor ambigüo eleva la cinta sin convertirla en plato de unos pocos: su sentido del espectáculo y su puntillismo viven aquí la unión perfecta entre buen cine y producto mayoritario capaz de romper taquillas (no por casualidad, uno de sus primeros y más grandes méritos es haber desbancado a Avatar en los rankings de medio mundo). Por todo esto, Shutter Island sorprende a todo su público y, sin cuestionar sus trampas argumentales, deja disfrutarse como pieza sensorial: colores definidos, atmósferas asfixiantes y una sublime música que invoca la memoria de Hitchcock. Y si debe dividirse el plano estético del plano temático, la estructura inconclusa de Shutter Island nunca se rebela como una forma de enmarcarar su endeble arquitectura: más bien estamos ante una obra con personalidad que ganará fuerza en próximos visionados, siempre con la posibilidad de descubrir más sobre más aspectos. Dicaprio viajó hasta la desafortunada playa de Boyle y ahora visita las entrañas de una cinta que, como Perdidos desde la pequeña pantalla, no puede resumirse ni contarse (tal es el abanico de teorías, lecturas e impresiones que la propuesta abarca). Un acierto monumental en un tiempo en el que es muy difícil aunar lo palomitero con lo inmortal. Rechacen otras ofertas: Shutter Island es el paraíso envenenado de la cartelera primaveral.



Nota: 9