

La iniciación sexual, el escándalo Watergate y la generación de los 70 (totalmente deslenguada, reivindicativa y auspiciada bajo la estética hippie: parece lógico que Lee acabara filmando su versión de Woodstock) han sido las constantes de muchas películas, pero pocas con resultados tan notables. Un pueblo de Connecticut es testigo del caos existencial de la familia Hood: un padre infiel, una madre depresiva, un hijo adicto a los cómics y una pequeña en estado de rebeldía. Los niños están en una encrucijada: en plena explosión de hormonas, sus quehaceres se asemejan demasiado al aburrido discurrir de sus primogénitos. Lo que en un contexto juvenil se expresa en forma de furtivos tocamientos y drogas, los adultos apaciguan sus males con juegos de llaveros y robos en una tienda de cosméticos. La madre, interpretada por una sobria y delgadísima Joan Allen, ansía la libertad de su hija, aunque en el fondo sea un tanto desequilibrada. El esquema no dista demasiado del que propone la serie Mad Men, franquicia con la que también comparte estética y silencios. La tormenta de hielo, en contra de lo esperado, no es una película de hechos sino de matices, intuiciones, sentimientos. Igual de sutiles son las interpretaciones de todo el elenco, Sigourney Weaver, Kevin Kline y Christina Ricci de forma especial. El tiempo ha convertido La tormenta de hielo en una rareza equilibrada por actores del antes (Kline, Allen y Weaver, que vivieron su etapa dorada en los 80) y del ahora (el film funciona como catálogo de estrellas en potencia como Ricci, Wood o Holmes). Una familia inusual, como esos cuatro fantásticos que devora Maguire en el tren.

Nada se le resiste a Lee. Su filmografía es un todo ecléctico y al mismo tiempo compacto. La tormenta de hielo, premio al mejor guión en el festival de Cannes, vuelve a recordarnos la madurez de uno de los mejores cineastas de la actualidad (otro dato curioso: al igual que Eastwood, siempre adapta material y guiones ajenos). Cuesta situar La tormenta de hielo entre tanta variedad: recordaremos su final sorpresa, su melancolía, sus actores. Sus estampas heladas se sitúan en unos niveles que sólo ha conseguido superar en los últimos años la lluvia de ranas de Magnolia. En todo caso, cine entretenido, sesudo, impactante, vivo.
