

Tom y Evelyn representan la prototípica pareja guiri en plena costa valenciana. No paran de realizar fotos y esperan con entusiasmo el nuevo hijo de Evelyn, aún embarazada. Aunque Tom asegura haber visitado el lugar once años atrás, la pareja no puede saber que en Almanzora, una isla apartada, están sucediendo extraños acontecimientos. Los niños son los asesinos: el mundo al revés, también una metáfora de los miedos que sienten los futuros padre y madre. Su gran éxito y también su año de estreno aportan una nueva lectura: el verdadero peligro recae en la generación que sobrevivió a la Guerra Civil, aquella que se vió en la obligación de mejorar nuestro país, encajar la Transición y supurar heridas. Esta historia para no dormir se resuelve con algunas escenas sublimes, especial mención para una piñata asesina que siempre rememoraremos en pesadillas (el palo se transforma en horca; y la piñata, en un cadáver escalofriante) o el momento en el embarcadero, rabia a golpe de tijeras. Terror psicológico, nunca morboso, el final de ¿Quién puede matar a un niño? abre una nueva incertidumbre: ya tardan los norteamericanos en firmar una secuela.

Gustará más o menos, pero los fans del terror disfrutarán de lo lindo. Fotografía, luz y montaje redondean las bondades de este terror costero, escasos meses después de que Spielberg estrenara su histórico Tiburón. Es un capítulo notable de nuestra historia cinematográfica, un título que el periódico El país, en una de sus colecciones, tuvo a bien de rescatar (no existía ninguna edición en dvd de la película). Descubrirla ha sido una sorpresa: véanla.
